24 de febrero de 2022. Rusia invade Ucrania. La inmensa mayoría de la comunidad internacional se alinea con Kiev. La divisa que se impone es que hay que distinguir entre el invasor y el invadido. Que el invadido tiene derecho a defenderse. Occidente se vuelca en la ayuda material y militar al Gobierno de Volodímir Zelenski para detener la agresión de Vladímir Putin.
Junio de 1967. Guerra de los Seis Días. Israel derrota a los ejércitos árabes y ocupa Cisjordania, Gaza y Jerusalén Oriental. Han pasado 56 años, la ocupación continúa, con miles de palestinos muertos (también israelíes, pero en mucha menor proporción), expropiaciones de tierras, destrucción de casas, colonización incesante con asentamientos judíos en Cisjordania, humillaciones constantes y prácticas de apartheid que recuerdan a Sudáfrica. Pero la narrativa israelí es tan abrumadora y se ha impuesto tanto en todo el mundo que en este caso quien tiene derecho a defenderse es el ocupante y no el ocupado.
Este doble rasero no justifica en absoluto el salvaje, cruel y despiadado ataque de Hamás del sábado pasado a Israel, con asesinatos de civiles a sangre fría, secuestros de rehenes y disparos de miles de cohetes. Por primera vez desde 1948 (creación del Estado de Israel), los muertos israelíes en un enfrentamiento superaron el primer día a los palestinos. Ahora la devastadora respuesta israelí ha igualado la cifra con unos 1.300 en cada bando.
El ataque de Hamás, largamente preparado y de una complejidad y potencia sin precedentes, es un acto de terror, por lo que puede ser calificado de terrorismo. Pero también es un acto de guerra que se inscribe en La guerra de siempre, título con el que el periodista Miguel Ángel Bastenier publicó uno de sus libros sobre el conflicto palestino-israelí. Los ataques a civiles son, también por parte de Israel, una constante en esta guerra interminable.
¿Por qué Hamas ha decidido lanzar este ataque, tras dos años de silencio de las armas en acciones relevantes, cuando sus dirigentes sabían que la represalia de Israel iba a ser terrible, como ya lo está siendo y lo será mucho más? Al menos por dos razones. La primera, conquistar o consolidar la hegemonía entre la causa palestina frente a una Autoridad Nacional Palestina burocrática, corrupta y acomodaticia. Quienes aseguran que Hamas es un grupo extremista sin apoyo popular se equivocan. Como dice Lina Khatib, directora de la Escuela de Estudios Árabes y Africanos de Londres, profesora y ensayista, “en los últimos meses, en la relación entre palestinos e israelíes, ha habido muchas tensiones, mucha violencia, especialmente de las fuerzas israelíes contra los palestinos, no solo en Gaza, sino incluso fuera, en Jerusalén. Y esto ha causado una creciente ira en la población palestina. Por eso, Hamás cuenta con un amplio apoyo entre los palestinos para este ataque, incluso entre los que tradicionalmente no apoyarían a la milicia” (El País, 11-10-2023).
La segunda razón es que Hamás pretende dinamitar el acercamiento que se estaba fraguando, bajos los auspicios de EEUU, entre Arabia Saudí e Israel. Ese pacto sería la continuación de los Acuerdos de Abraham de 2020, auspiciados por Donald Trump, mediante los que Marruecos, Emiratos Árabes Unidos, Sudán y Baréin reconocieron a Israel a cambio de concesiones, pero ninguna para los palestinos. Un acuerdo entre Arabia Saudí e Israel abandonaría aún más a los palestinos y significaría reforzar el pulso geopolítico contra Irán, verdadero mentor de Hamás.
La guerra que se ha iniciado es la quinta en Gaza en menos de 20 años. Ninguna ha acabado con Hamás ni con la resistencia palestina, objetivo que vuelve a intentar Binyamin Netanyahu --jefe del Gobierno más ultraortodoxo y ultraderechista de la historia de Israel--, con la intensificación de un bloqueo que ya dura 16 años, ahora con cortes de gas, electricidad, agua y combustible en la prisión al aire libre mayor del mundo. Netanyahu recoserá su Gabinete con un pacto con dos dirigentes centristas, aunque la ausencia del líder de la oposición Yair Lapid impida llamarlo de “unidad nacional”. Este cierre de filas –que apagará las protestas contra la reforma judicial iliberal de Netanyahu-- es otra de las consecuencias negativas para los palestinos del ataque de Hamás.
Al igual que la KGB era la institución soviética que conocía mejor la putrefacción del régimen, los servicios secretos israelíes, pese a su clamoroso fallo actual, siempre se han aproximado a la realidad del conflicto. La prueba son unas clarividentes declaraciones a La Vanguardia (9-10-2023) de Ami Ayalon, director durante cuatro años del Shin Bet, el servicio secreto interior israelí. Su paso por el servicio de inteligencia cambió su visión del conflicto y descubrió que “los terroristas palestinos son seres humanos”. “Yo solía creer que éramos liberadores, pero entendí que ellos nos ven como opresores”, reconoce. Y remata con una bella y certera frase: “Nosotros tendremos seguridad cuando ellos tengan esperanza”. Seguridad y esperanza que solo puede traer la paz, cada día más lejana.