El 6 de octubre de 1973 empezó la guerra árabe–israelí del Yom Kippur. A pesar de su corta duración (19 días), constituye una de las contiendas bélicas más famosas del siglo XX. No lo es por sus repercusiones territoriales ni políticas, sino económicas, pues los países desarrollados sufrieron en los siguientes 21 meses la primera crisis por el lado de la oferta. Todas las anteriores fueron generadas por una elevada disminución de la demanda de bienes.

Con la finalidad de lograr un acuerdo de paz satisfactorio para sus intereses, los países árabes productores de petróleo decidieron utilizar dicha materia prima como un arma económica. Para obtener compensaciones de Israel, presionaron a las naciones avanzadas y especialmente a EEUU Su objetivo era la devolución de los territorios ocupados por aquel durante la guerra de los Seis Días. De forma parcial, consiguieron su propósito.

Las medidas adoptadas por la OPEP fueron una gran reducción de la producción de crudo y el embargo de las exportaciones del producto básico a EEUU y Países Bajos, los dos estados que más explícitamente apoyaron a Israel. Para las naciones desarrolladas, la escasez de petróleo supuso un shock económico debido a su gran dependencia de él, tanto por sus características de materia prima de numerosos productos finales como de fuente de energía.

Dichas acciones estuvieron vigentes hasta marzo de 1974. La reducción de la oferta y un aumento de la demanda por motivo precaución provocaron un incremento del precio del petróleo en un 228,4%. En septiembre de 1973, el importe de un barril de crudo era de 3,38 $ y un semestre después se situaba en 11,1 $. En los siguientes meses, su importe no disminuyó, sino que se mantuvo estable, a pesar de que la OPEP aumentó su producción.

La escasez de crudo llevó a los países avanzados a padecer una enfermedad desconocida hasta el momento: la estanflación. En concreto, una combinación de elevada inflación y estancamiento económico. No obstante, sus repercusiones fueron más perjudiciales sobre la ocupación que en relación al PIB.

En las naciones avanzadas, la crisis del petróleo de 1973 supuso un punto de inflexión. La magia de la posguerra se acabó, el crecimiento de la productividad de los trabajadores disminuyó y la tasa de desempleo aumentó. Una decepcionante evolución económica provocó la sustitución del modelo de desarrollo keynesiano por uno neoliberal. Durante las siguientes cinco décadas, en la mayoría de los países occidentales el pleno empleo pasó de ser un objetivo factible a prácticamente imposible de conseguir.

El 7 de octubre de 2023, cuando Hamás atacó a Israel y empezó una guerra entre el país hebreo y Gaza, la anterior coyuntura pasó de ser historia a convertirse en actualidad. En las tres crisis generadas por el petróleo, 1973–75, 1978–81 y segundo semestre de 1990, una contienda bélica en Oriente Medio tuvo una gran importancia. A pesar de ello, me parece improbable que una guerra entre ambos contendientes conduzca a un elevado aumento del precio del crudo en los próximos meses.

En primer lugar, porque la dependencia de la economía mundial de la anterior materia prima es sustancialmente inferior en la actualidad a la de hace 50 años. En segundo, debido a la progresiva disminución de la cuota de mercado de la OPEP durante las últimas cinco décadas. En tercero, por la reducción de la demanda mundial de petróleo prevista para los próximos meses, generada principalmente por la gran desaceleración económica de China, el estancamiento de EEUU y el retorno de Alemania a la recesión.

Desde mi perspectiva, una nueva crisis del petróleo solo tendría lugar si las represalias de las naciones avanzadas afectaran a Irán, éste dejara de exportar petróleo y lograra durante algunos meses el cierre del estrecho de Ormuz a la circulación marítima. Dicho enclave está situado entre la antigua Persia y Omán, tiene 280 km de longitud y 33 km de anchura en su parte más angosta. Por sus aguas, transita alrededor del 20% del crudo consumido en el mundo y el 30% del transportado por mar.

Irán constituye el principal apoyo de Hamás, siendo este el Movimiento de Resistencia Islámica que gobierna Gaza y quién inició la actual guerra con Israel. El primero le proporciona al segundo financiación, armas y formación militar. Por tanto, no sería nada extraño que detrás del conflicto bélico estuviera la antigua Persia. Entre sus objetivos, podría estar impedir el reconocimiento del país hebreo por parte de Arabia Saudí, un acuerdo auspiciado por EEUU y que parecía estar muy cerca.

El objetivo de unas sanciones más duras a Irán de las que actualmente soporta sería el ahogo económico del país mediante una gran disminución de sus exportaciones de petróleo. En 2023, es el quinto productor mundial y su cuota de mercado se sitúa en un 3,69%. No obstante, me parece sumamente improbable que EEUU y la Unión Europea sean partidarios de dicha actuación, pues sería equivalente a tirarse piedras a sí mismos.

En la actualidad, ambas áreas soportan una elevada inflación. Las represalias a Irán provocarían un mayor aumento del IPC, nuevas subidas de los tipos de interés de los bancos centrales y un aumento del desempleo. En el momento actual, ni a Biden ni a Scholz les interesa endurecer notablemente las sanciones a la república islámica, pues su prioridad es resolver lo antes posible y de la manera más favorable a Ucrania la guerra entre dicho país y Rusia.

En primer lugar, Biden tiene elecciones presidenciales en noviembre de 2024. Por tanto, no le interesa que EEUU esté en recesión, cuando dichos comicios se celebren. En segundo, el gobierno alemán goza de una escasa popularidad en las encuestas y un entorno económico más favorable le ayudaría a realizar la gran transformación económica que el país necesita para superar su crisis estructural. Indudablemente, un elevado precio del petróleo dificultaría notablemente la consecución del anterior objetivo, ya de por si complicado.

No obstante, si EEUU y la Unión Europea decidieran reducir al mínimo la producción de petróleo de Irán, estoy convencido que otros miembros de la OPEP aumentarían su bombeo de crudo. Especialmente lo haría Arabia Saudí, el gran rival de Irán en Oriente Medio y el país que tiene más capacidad ociosa de extracción de la anterior materia prima.

Así pues, si Irán queda indirectamente perjudicado por la guerra entre Israel y Gaza, la actuación más dañina que puede efectuar es el cierre de la circulación marítima por el estrecho de Ormuz durante unos meses. Una acción con la que ha amenazado múltiples veces, pero que jamás ha llegado a consumar, pues los ayatolás temen que las represalias podrían hacer peligrar su continuidad como dirigentes del país.

En definitiva, la guerra entre Israel y Gaza es una contienda más entre dos naciones de Oriente Medio. Una situación desgraciadamente bastante habitual desde la creación del país hebreo. No obstante, sus repercusiones sobre la economía mundial serán escasas y distarán mucho de las que generaron las tres crisis del petróleo observadas hasta la fecha.

En la coyuntura actual, la prioridad internacional es la resolución del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania y dudo mucho que ninguno de los países avanzados tenga interés en añadir más inestabilidad a la economía mundial. Por eso, si hay más sanciones a Irán, las nuevas le causarán un escaso perjuicio.

La anterior opinión parece concordar con la de los inversores en Bolsa y los operadores del mercado del petróleo. El 9 de octubre, el Eurostoxx 50 cayó un 0,77%, pero a las 14 horas del siguiente día ya subía un 1,77%. Por tanto, había recuperado más de lo perdido. En la primera fecha, el precio del barril Brent aumentó un 4,22%, sin embargo, en la segunda bajaba un 0,4%. Durante la semana previa, la caída de su importe fue de un 8,9%. Por tanto, hasta el momento, ni tan solo ha existido un gran efecto rebote.

Por los anteriores motivos, dudo mucho que en octubre de 2023 empiece una nueva crisis del petróleo y el importe del barril Brent supere en las próximas fechas los 100 $. El verdadero peligro para las economías europeas no está en el crudo, sino en los elevados tipos de interés. Probablemente, sus negativas repercusiones harán que España bordee la recesión durante el actual trimestre y el próximo.