Hace unos días me invitaron a un evento muy placentero –almuerzo incluido– fuera de Barcelona que sirvió para presentar a la prensa un nuevo proyecto cultural de proyección internacional. Tras leer la convocatoria de prensa, decidí reenviársela a una compañera, periodista freelance, ya que vive cerca del lugar del evento y tiene contactos con el mundo cultural en Reino Unido. Sin embargo, cuando ella comunicó a los organizadores su voluntad de asistir, le dijeron que no, que era una convocatoria cerrada, y como ella no escribía para ningún medio en concreto, no la podían invitar. La respuesta de los organizadores nos sorprendió. ¿Por qué no iban a querer que la noticia tuviera más difusión? Quizás mi amiga no hubiera escrito un artículo para ningún medio al día siguiente, pero ahora estaría hablando bien del proyecto a sus colegas de Londres, o de quién sabe dónde, y en unas semanas algún periodista británico se estaría interesando por hablar del tema.

“Un periodista no tendría que tener como condición publicar algo de forma inmediata para poder acceder a un evento, esto es algo relativamente reciente que corrompe la profesión y los valores del periodismo”, me comentó, con razón. Buena parte del periodismo que se hace hoy –especialmente el cultural– consiste en ser un altavoz de lo que nos comunican desde un museo, una editorial, una compañía de teatro, una sala de conciertos… sin cuestionar lo que pone en la nota de prensa. Mucho menos aún si nos regalan entradas, libros o nos pagan el transporte hasta el lugar donde transcurre el evento. En lugar de periodismo, parece que hagamos comunicación corporativa.

“Pero si no nos regalan entradas no podemos informar”, se lamentaba uno de los periodistas que sí pudieron asistir al evento (el tema surgió a raíz de un tuit de Llucia Ramis del día anterior, cuestionando si había que aceptar o no que nos regalen entradas). En lo que todos estábamos de acuerdo es en que, con tanta precariedad laboral, son pocos los reporteros que podrían costearse entradas para ir al teatro cada semana. “Tendría que ser el medio para el cual trabajamos el que las pagara”, sugerí yo. “Así tendríamos menos presión a la hora de escribir la reseña”.

Soy la primera que se ha dejado llevar por el periodismo fácil y comodón, que a veces se conforma con repetir lo que dicen en una nota de prensa o en hacer una entrevista simpática, sin poner demasiado esfuerzo en analizar, contrastar e interpretar la información que recibo. Pero nuestra profesión va más allá. “El periodismo existe por el propio deseo de conciencia de la humanidad y que responde a la necesidad de comprender el mundo, de interpretar la realidad”, escriben los periodistas Bill Kovach y Tom Rosenstiel en The Elements of Journalism: What Newspeople Should Know and the Public Should Expect (2001). Ser periodista, por lo tanto, “es una forma de ser y estar en el mundo”, añade mi amiga. “Nadie tendría que decirte si puedes ser testigo de un acontecimiento en función de si representas a un medio o no”.