El pensamiento fofo (también llamado progresista) postula y propugna el olvido de los golpes que nos dieron los matones, golpes no de anteayer, sino de ayer. En el bien de todos. Por ejemplo, no hay que mencionar nunca más a la ETA porque ya hace años que dejó las armas. “ETA ya no existe. ¡Recordar sus crímenes es demagógico y no contribuye en nada a la convivencia!”. En efecto, ahora los pistoleros ya no disparan, sino que sonríen, con esa sonrisa dentuda, glacial y escalofriante, en los Parlamentos, y votan progresismo.
Por eso, aunque los asesinos siguen entre nosotros conviene comportarnos con ellos como si tal cosa, como si fueran bellísimas personas. Todo sea por el bien del PSOE y del PSC. A lo hecho pecho, los muertos al hoyo y los vivos, al bollo. Y así es como el portavoz socialista en la Comunidad de Madrid, Francisco Martín, dice que han hecho más por los españoles los de Bildu que lo que han hecho todos esos patriotas de la pulserita juntos. “Esos supuestos enemigos de España” (Bildu, o sea, ETA) “han contribuido a salvar miles y miles de vidas…”.
¡Hombre!, ¿qué será lo siguiente? ¿Indultar a Josu Ternera y nombrarle vicepresidente? Les creo capaces. ¿O esta posibilidad te suena a especulación demagógica?
La política española se basa en el olvido, que es la ignorancia, y la ignorancia conduce inevitablemente al error. Y todo sumado, olvido, ignorancia y error, lleva a la necedad, que es donde estamos ahora. Según las estadísticas, la marca blanca de ETA gobernará en el País Vasco a partir de las próximas elecciones, porque la juventud ignora su pasado, y les vota. Otegi y su muchachada les parecen simpáticos, cool.
Se da aquí una formidable paradoja: el PNV, que se había aprovechado de que ETA descabezaba a su oposición matando de forma sistemática a sus líderes y portavoces, de manera que no sólo sus adversarios quedaban seriamente debilitados, sino que toda la sociedad sabía e interiorizaba a qué fuerzas más valía no acercarse, y dejándoles así todo el campo abierto (aunque sembrado de cadáveres: eso a los peneuvistas les traía sin cuidado), puede ser descabalgado del poder por sus propios sicarios.
Ahora la sana juventud vasca encuentra que Matute, Otegi y Josu Ternera son atractivos, sensibles e inteligentes. ¡Y pasan del partido de toda la vida, el partido de papá!
En este contexto es especialmente oportuna la iniciativa del Clac (Centro Libre. Arte y Cultura), que organiza una serie de conferencias en la fundación Ortega-Marañón sobre la experiencia de vivir bajo el imperio del nacionalismo totalitario vasco.
He asistido a las dos primeras, a cargo de Fernando Savater e Iñaki Arteta, y ayer me perdí, por causa de viaje, la de Jon Juaristi, que me hubiera interesado muchísimo.
Esas conferencias orquestadas por Andreu Jaume (un hombre de letras respetable en todo lo que emprende y escribe), esos testimonios, digo, de personas profundamente conocedoras de los hechos peligrosos de los que han sido testigos y que gracias a Dios y pese a Arnaldo Otegi siguen vivas, constituyen un patrimonio de “memoria histórica” yo creo que valiosísimo. No me cabe duda de que podrían ser la base, la trama, de un libro señero.
No hay que olvidar. Sin memoria no hay inteligencia de las cosas. ETA ha sido y sigue siendo –puesto que sus pistoleros se han convertido en políticos, y sostienen al Gobierno socialista, no de forma gratuita, claro está, sino a cambio de prebendas sustanciales, entre ellas su propio “blanqueamiento”: el sueño de Michael Corleone y su familia mafiosa– uno de los agentes más destacados de nuestro pasado reciente. Un protagonista de la Transición. Uno de los factores decisivos en la distorsión y perversión de la idea de la democracia, a cuya ruina ahora asistimos cada día cuando seguimos los debates parlamentarios.
Aunque supongo que para ellos sería una tortura hurgar siempre en la herida abierta, sería estupendo que los ponentes de estas conferencias del Clac las fueran repitiendo por las capitales de provincia y los ateneos de los pueblos, para que el recuerdo y la enseñanza de este desgarro, de este pavor tan ilustrativo, no se diluyese y frivolizase como en un nuevo programa sensacionalista, ¡excitante!, de Lo de Évole.