Espero que nadie interprete estas líneas como un alegato a favor de la gerontocracia política o religiosa. Tampoco como una propuesta de autoridad deliberativa y ejecutiva basada en los consejos de ancianos a imagen y semejanza de algunas tribus indígenas americanas. Nada de eso. Estas lineas pretenden tan solo poner en valor el potencial creativo y la sabiduría que almacenan, y aun son capaces de generar, algunas personas de avanzada edad. Pienso, por ejemplo, en el pintor y escultor realista, Antonio López, quien con sus ochenta y siete años a cuestas expone en La Pedrera algunas de sus mejores obras. O también, por qué no, en Mick Jagger y los Rolling Stones, quienes en el frontispicio de los ochenta se atreven a editar un nuevo álbum e iniciar una gira alrededor del mundo. Algo parecido ocurre con Bob Dylan e incluso con la cantante Madonna. Agraviar a las personas a causa de su senectud sería y es un despropósito.
En el ámbito de la política abundan las descalificaciones a propios y extraños cuando alguien contradice al líder y su peña fiel se siente obligada a contraatacar con saña. El caso de Felipe González y Alfonso Guerra es paradigmático en este sentido. Ambos estan en su derecho de criticar y oponerse a las propuestas de Pedro Sánchez y eso no debería ser un problema. Los temas planteados alrededor de las investiduras son de suficiente calado para no coartar la opinión de los dirigentes políticos que, en otro tiempo, jugaron un papel determinante en la Transición española. Pero es precisamente como consecuencia de esa veteranía política que se les supone un plus de responsabilidad en el uso de la palabra, un mayor cuidado en las formas y en el fondo. En el Ateneo de Madrid los protagonistas principales de la foto de la tortilla resbalaron. Una divergencia, por importante que sea, no tiene porque dar pie a increpar y reprender con tanta dureza al gobernante de tu propio partido. Alfonso Guerra se equivocó y extralimitó al igual que, pocos días antes, otros se ensañaron contra él y Felipe González facturándolos a Dinópolis. Conjunto de despropósitos que aflora dos de las peores enfermedades de las que adolecen algunos partidos y formaciones políticas en España: el edadismo y el adanismo.
Cuando la edad se emplea para categorizar a las personas --eso lo han hecho algunos dogmáticos contra González y Guerra-- asistimos a una forma de discriminación social que genera actitudes que invisibilizan y devalúan al señalado. Se da por descontado, e insinua, que poco o nada tiene que aportar aquel que fue y dejó de ser. Craso error es hacer oídos sordos a la voz de la experiencia. Los intolerantes que desprecian e insultan, seguramente por bisoñez, a los viejos roqueros del 82 cometen una tremenda injusticia. Es más, desconocen lo doloroso e hiriente que puede llegar a ser el zarpazo de un león resentido. Entre los Adán y los Matusalén anda el juego.
Manuel Cruz, en un artículo para La Vanguardia, definió el adanismo como la enfermedad infantil del narcisismo. Para Cruz los personajes adanistas son aquellos que impugnan y desprecian todo aquello que no surge de ellos mismos. Son los que obvian las ideas y pensamientos de sus antecesores. Sospecho que hay tanto adanismo en el socialismo español, como acritud y pensamiento vitriólico hacia lo nuevo en la denominada vieja guardia. El mando del socialismo hispano deberá respetar a los críticos si quiere ser respetado. Los críticos deberán salir del jarrón y actuar como simples mortales si quieren ser amados. Adanismo y edadismo perjudican seriamente la salud de los partidos en general y del socialista en particular.