El concepto de la seguridad, su existencia y especialmente la sensación que perciben los ciudadanos de ella, es uno de los elementos más controvertidos en la gestión de las Administraciones en los grandes polos de concentración de habitantes. El eterno dilema entre seguridad y libertad, ¿qué debe pesar más para ser más feliz?, tiene una resolución más compleja que saber qué pasa por la mente de destacados padres de la patria. Personalmente, me abono al axioma de que sin seguridad (la que debe existir en un país democrático) no hay libertad, y que los esfuerzos de quienes se dedican a cercenar el concepto del orden no sólo están equivocados, sino que alientan –conscientemente o no— un comportamiento anárquico que sólo conduce a la erosión del bien común. Por ello, la noticia conocida esta semana de que Cataluña contará con 762 nuevos mossos d’esquadra, de los cuales 455 irán destinados al área metropolitana de Barcelona y 215 patrullarán por la región policial de la capital catalana, el escenario en el que la tarea policial se convierte en escaparate, es más que positiva.

Barcelona necesita como el agua de lluvia la llegada de más efectivos, aunque estén en prácticas. Lo han advertido muchos políticos, empresarios, ciudadanos en general y lo pone de manifiesto la realidad que vive la ciudad. La densidad de patrullas –además de la atención de otros trabajos policiales de mayor especialización— precisa de más efectivos para conseguir que la atención que recibe el ciudadano sea de mayor calidad. Fabricar un policía, además, no es como acudir al Servicio Estación a comprar tornillos de un calibre determinado. No. Hacen falta formación y dinero para atender las necesidades.

Pero, por encima de todo, y ahora que se van cubriendo los déficits estructurales de efectivos, lo que es necesario es que las Administraciones se tomen en serio la seguridad. Más si cabe. Debe haber mayor coordinación entre los Mossos y la Guardia Urbana, así como también con la Policía Nacional y la Guardia Civil. Deben aparcarse absurdos planteamientos ideológicos cuando se trata de ofrecer un servicio de calidad a una ciudadanía que es la que más paga de España, y se trata también de dirigir los cuerpos policiales con la mentalidad adecuada para que puedan hacer su trabajo de la mejor manera posible. Es decir, no tratando de ponerles trabas para que la persecución de los delitos sea fructífera y satisfactoria por el bien de todos

Es el momento en el que los gobernantes, los de Cataluña y los de Barcelona, deben tener clara la estrategia cuyo resultado final es que nuestras calles sean más seguras y el ciudadano pueda dejar de obsesionarse con los riesgos de la inseguridad en las encuestas. Ahuyentar el buenismo puede ser una buena manera de tener claro que las normas hay que cumplirlas para que más personas disfruten de la libertad, y esta sólo se consigue cuando las acciones de quienes delinquen reciben su adecuado castigo. El mundo es imperfecto, sería mejor una sociedad de personas buenas e inmaculadas, pero lamentablemente esto es lo que hay.