El precio de los productos agrícolas se caracteriza por su volatilidad. Una fluctuación cuyo origen está en su oferta, pues su demanda no suele variar sustancialmente de un año a otro si su importe no lo hace. En el volumen de producción influyen principalmente las características del cultivo, la climatología, la superficie destinada y el tipo de explotación.
Tradicionalmente, el cultivo del olivar se hacía en fincas de secano, pues dicho árbol necesita poca agua para dar sus frutos. No obstante, en la última década ha aumentado sustancialmente la agricultura de regadío. Los motivos son una mayor productividad de la segunda modalidad y una menor dependencia de una pluviometría cada vez más escasa. A pesar de ello, en 2019, el 72% de la superficie dedicada solo era regada por la lluvia.
En los terrenos de secano, la climatología tiene un papel esencial. Por regla general, si llueve bastante menos de lo habitual y la temperatura en primavera es excesiva para dicha época del año, la producción disminuye en una elevada medida. En cambio, si sobre el árbol cae un poco más de agua de lo normal y lo hace en los meses adecuados, la cosecha aumenta.
En la campaña 2022-23, la primera coyuntura ha ocurrido en España y el resultado ha sido una disminución de la oferta de aceite de oliva en un 55,6%, al pasar de 1.492.800 a 663.300 toneladas. Los frutos del cultivo del olivar se obtienen entre octubre y mayo, siendo el período álgido de recolección entre noviembre y febrero.
Un aumento de la superficie destinada a cualquier producto agrícola comporta un incremento de su producción. En las tres últimas décadas, el crecimiento de los terrenos dedicados al olivar ha sido muy elevado, pues su explotación ha pasado de ser escasamente rentable a convertirse en uno de los cultivos que ofrecen una rentabilidad más elevada. En la última década del siglo XX, la cosecha media anual se situó en 686.800 toneladas, mientras que en la pasada llegó hasta 1.322.500 (un crecimiento del 92,6%).
La mecanización de las explotaciones y la aparición de cultivos distintos del tradicional también han influido en el gran crecimiento de la producción. Los nuevos reciben el nombre de intensivos y superintensivos y se diferencian del convencional en el número de árboles que contiene cada hectárea. En la modalidad clásica suele haber entre 80 y 120 plantas; en la segunda, entre 200 y 600; y en la última, más de 1.000. Indudablemente, cuantos más olivares hay por hectárea, menos distancia existe entre ellos.
En julio de 2023, el precio del aceite de oliva en nuestro país aumentó el 38,8% interanual. Un incremento superior al observado en cualquier ejercicio de la última década y generado por tres factores: la elevada caída de la producción nacional en la campaña 2022-23, la escasa capacidad para aumentar las importaciones y una elevada especulación.
En la pasada década, según el Consejo Oleico Internacional, España produjo el 41,3% de la oferta global. A una gran distancia se situaron Italia (11%) y Grecia (8,5%). Al haber padecido una gran sequía las tres anteriores naciones, la cosecha mundial de la campaña 2022-23 ha sido muy reducida y ha hecho imposible la disminución en nuestro país del precio del aceite de oliva mediante un gran incremento de las importaciones.
La escasez de un producto constituye una magnífica oportunidad para los especuladores. En el actual año, unos pocos intermediarios se han hecho de oro. No son unos profesionales del sector financiero, sino unos especialistas en obtener réditos de la volatilidad del precio del aceite de oliva. La mayoría viven en Andalucía, pues en la última campaña la anterior comunidad autónoma ha obtenido el 77,2% de la producción del país.
Una buena cosecha en 2021-22 y unas previsiones meteorológicas que pronosticaban una escasa lluvia en Andalucía durante el otoño del pasado año les indujeron a comprar el producto básico por adelantado a las cooperativas agrícolas en julio y agosto de 2022. Los ciclos de producción del aceite de oliva y las repercusiones del cambio climático sobre el campo jugaban a su favor.
Por regla general, en el aceite de oliva, a una buena campaña le sigue una mala, y viceversa. La explicación está en el “cansancio” del árbol. Si da muchos frutos, está exhausto y, por tanto, a igualdad de condiciones climáticas en la siguiente temporada, ofrece un rendimiento mucho menor.
Una excepción a la regla probablemente será la del 2023-24, pues volverá a ser escasa, si no llueve mucho y bien durante el próximo otoño. Es importante que lo haga en Andalucía y, específicamente, en las provincias de Jaén y Córdoba, las dos demarcaciones donde se produce más aceite. Las principales causas habrán sido una gran sequía durante los ocho primeros meses del año y una elevada temperatura en primavera. El segundo motivo, al reducir sustancialmente las flores fértiles de los olivos, ha provocado una disminución de su productividad.
Los pagos por adelantado de los especuladores no eran por la totalidad de la cuantía pactada, sino por una parte de ella. Algunos la sufragaron con sus ahorros; otros, parcialmente con endeudamiento. Los segundos han ganado más que los primeros, pues el apalancamiento financiero genera un incremento de la rentabilidad obtenida, pero también supone incurrir en un mayor riesgo. En los últimos 12 meses, los pases entre intermediarios han sido frecuentes y, por ello, a veces, la producción adquirida por la envasadora procedía de dos, tres o cuatro.
Los agricultores también se han aprovechado del elevado aumento del precio, a pesar de que ellos lo nieguen. Aunque la producción ha disminuido en un 55,6%, la cuantía obtenida por la venta de su producto al especulador, comercializador o la envasadora lo ha hecho mucho más y ha compensado sobradamente el incremento de los costes de producción. Entre el 1 de octubre de 2022 y el 31 de julio de 2023, el aumento del importe en origen del aceite de oliva virgen y el lampante (“el normal”) ha sido del 82,2% y 78,7%, respectivamente.
El gran incremento del precio en la cadena de suministro ha perjudicado a las empresas envasadoras y a los supermercados. A las primeras mucho más que a los segundos, pues para unas la comercialización de aceite de oliva constituye su principal actividad y para los otros supone un producto más de los muchos expuestos en sus aparadores.
En relación con la anterior campaña, las compañías industriales han pagado bastante más por el aceite adquirido. Para intentar evitar una gran caída de las transacciones, han sacrificado en una sustancial medida el margen de beneficio obtenido por unidad vendida a los supermercados. Por tanto, han repercutido moderadamente el aumento del importe de la materia prima y otros costes de producción.
No obstante, no han conseguido su propósito. Entre el 1 de octubre de 2022 y el 31 de julio de 2023, las compras realizadas por los consumidores españoles han caído un 41%, un porcentaje incluso superior al de las exportaciones (un 32%). Una constatación de que en nuestro país la demanda de aceite de oliva sigue siendo elástica, pues, en términos porcentuales, un aumento de su precio conduce a una caída de mayor magnitud de las adquisiciones.
La disminución de las ventas generada por el elevado aumento del importe del aceite de oliva ha llevado a los supermercados a realizar tres acciones: reducir el margen de beneficio obtenido por la venta del producto, disminuir el número de marcas ofrecidas y potenciar la suya propia, cuyo precio se sitúa por debajo del de las más conocidas. En el último año, en dichos establecimientos es visible un aumento de la oferta de aceite de girasol en detrimento del de oliva. Un gran número de familias considera al primero el mejor sustitutivo del segundo.
En definitiva, en lo que queda de 2023 y los tres primeros trimestres de 2024, es bastante probable que el precio del aceite de oliva siga siendo elevado. Si la cosecha es igual de mala que la de la campaña anterior, este puede incluso subir más, pues sus existencias han bajado notablemente en los últimos 12 meses. Para que disminuyeran los precios, sería necesario un sustancial aumento de la pluviometría en el otoño del actual año, especialmente en Andalucía.
Por tanto, para observar una elevada caída del precio del aceite de oliva, probablemente habrá que esperar a 2025. Para que así suceda, la primavera de 2024 deberá ser menos cálida que la de 2023 y desaparecer la sequía de los dos últimos años. Si así pasa, la producción obtenida puede constituir un récord histórico y el importe del virgen extra, que hoy está a más de 8 euros/litro, es posible que dentro de dos años usted lo pueda conseguir por menos de 4 euros/litro.
En conclusión, el coste del aceite de oliva no durará muchos años más al nivel actual. La regla general de una campaña buena y otra mala volverá a regir, si el cambio climático no lo impide. Los especuladores no perderán, pues dejarán temporalmente su actividad de compra y venta de la materia prima, pero sí lo harán los agricultores, pues el negativo impacto de la bajada del precio superará al positivo del aumento de la cantidad. A las compañías envasadoras les irá muy bien y a los supermercados, mejor que en la actualidad.