La justicia ha decidido que los fondos liderados por Deutsche Bank se hagan con el control de la siderúrgica Celsa, una de las primeras industrias catalanas. Una sentencia que, aun esperada, supone un golpe muy duro para la empresa y para el conjunto de la economía catalana. Nada que decir a la decisión del juez, que se habrá sustentado de manera suficiente, pero sí que el suceso invita a unas consideraciones acerca del momento que vivimos.
La industria catalana. Aunque la sentencia avale el plan de viabilidad presentado por los acreedores, la realidad acabará por imponerse: lo único que anima a los denominados fondos buitre es alcanzar el máximo beneficio lo antes posible. Celsa acabará, de una u otra manera, sumándose a esas muchas industrias catalanas que perdieron su relevancia e identidad al ceder el control a capital financiero. No es de extrañar el apoyo explícito a la familia Rubiralta del mundo de la política, así como de CCOO, UGT y Foment, conscientes de la trascendencia del envite.
El buen capitalismo. No todas las formas de capitalismo son idénticas. La historia nos muestra cómo el que mejor ha convivido con la democracia favoreciendo, a su vez, el mayor desarrollo económico, es aquel de vocación industrial: arraigado en un territorio y comprometido a largo plazo. Y en esto vamos a la baja, a la par que se acrecienta el de base financiera, cuando no digital: aquel que prioriza el máximo e inmediato rendimiento. El modelo que ejemplifican a la perfección los nuevos propietarios de Celsa y, entre ellos, curiosamente el Deutsche Bank; me gustaría saber si en Alemania se le hubiera permitido actuar de la misma manera.
Lo legal y lo moral. Lo más preocupante de todo es que esta, y otras dinámicas similares, son perfectamente legales. Y es que una de las virtudes de ese dinero global que campa a sus anchas, sin rendir cuentas a nadie, es el haber modulado la legislación para favorecer sus estrictos intereses. No sólo eso, sino que ha conformado una especie de cuerpo doctrinal –miremos toda esa pléyade de cátedras de éticas financiadas por grandes corporaciones y auspiciadas por business schools— que pretende legitimar lo que, a los ojos de cierto capitalismo, resulta inadmisible.
Finalmente, ha habido muchos, demasiados silencios desde el mundo económico. Y es que muchas de nuestras élites ya no se sienten arraigadas en Cataluña o España; su patria es la acumulación de dinero donde y como sea. En cualquier caso, es de agradecer la dignidad de la familia Rubiralta.