Los fieles a Puigdemont se están dando cuenta de que el expresidente y actual prófugo de la justicia es un megalómano que no soporta voces discordantes a su alrededor, un tipo al que no le importa nada más que él mismo. Que Santa Lucía les conserve la vista, han tardado años en darse cuenta de lo que cualquier niño de teta sabe con certeza después de pasar cinco minutos cerca del político fugado. Cualquiera que haya escuchado alguna vez a Puigdemont sabe que se tiene por el más listo, el más guapo y el más fuerte. Es decir, lo sabe cualquiera que haya querido saberlo, que no parece que sea el caso de los que han tardado años en percatarse de ello. De ahí que ante cualquier sandez que saliera de la cabecita de Puigdemont clamaran casi como levitando: “¡jugada maestra!”.
Aunque sea con retraso, bienvenidos a la realidad. Igual se creían que todos esos órganos de nombre rimbombante que se inventa Puigdemont cada cierto tiempo, tenían de verdad alguna utilidad. Hay que reconocer que “Asamblea del Consell de la República” suena la mar de bien, dan ganas hasta de ponerse en pie al pronunciar tal nombre, pero era lo que era: un grupo de amigotes que tenían como función asentir a todo lo que dijera su inventor, y cuando no fuera así, el mismo que la inventó la disolvería, como así ha ocurrido. Imagino el enfado del pobre Puigdemont al ver que los miembros de dicha asamblea osaban pensar sin pedirle antes permiso e incluso manifestar en voz alta lo que pensaban. No le quedó más remedio que eliminarlos políticamente, aunque no le faltaran ganas de hacerlo también físicamente. Lo mismo ha sucedido con la ejecutiva de Junts, que empezaba a amagar con tener voz propia, y la despojó de todas sus funciones para trasladarlas a un órgano de nueva creación. Órgano que, por supuesto, ha creado Puigdemont y que, como no se porte bien, va a durar todavía menos que los demás.
De hecho, el propio partido, Junts, no es más que un juguete de Puigdemont para satisfacer sus ansias de protagonismo. Ya que, por miedo a la justicia, se ve obligado a vivir lejos, por lo menos tiene las riendas de un partido, así se engaña a sí mismo creyendo que tiene algún poder. Han tardado lo suyo, los cegatos militantes, en ver que ahí no cuentan para nada, que el único que manda en casa es Puigdemont. Junts funciona como una pirámide, en su vértice superior esta Puigdemont mandando, y más abajo todos los demás, obedeciendo. O sea, es una estafa piramidal.
Bueno es que sus seguidores empiecen a darse cuenta de que su hasta ahora jefe no está bien de la chaveta, y que su único interés es darse importancia. Puigdemont es como la madrastra de Blancanieves, aunque con Valtònyc y Comín en lugar de los enanitos, y cada mañana le pregunta al espejito quién es el estadista más importante del mundo. Unos cuantos espejos leva ya rotos, por no haberle respondido lo que debían. Todos los consells, asambleas, comités, y demás zarandajas que Puigdemont se saca de la manga sirven para dar al partido una apariencia de democracia, es decir, para ocultar que no es más que una estructura totalitaria donde el que discrepa sale por la ventana. Los estatutos, si es que Junts los tiene, se resumen en un único punto: “aquí se hace lo que diga yo” y los firma el propio Puigdemont, como está mandado.
A Puigdemont, lo que le va, es el despotismo ilustrado, se ve a sí mismo como Federico el Grande. Claro que, para ser un déspota ilustrado, se requiere ser por lo menos un poco ilustrado, y no es el caso. Así que Puigdemont se queda en déspota iletrado, en Carlitos el Pequeñito.