La reciente campaña electoral ha evidenciado nuevamente el distanciamiento de buena parte del socialismo histórico con la actual dirección del PSOE. Así, no pueden amagar su desencuentro con Pedro Sánchez y los suyos, de la misma manera que, a menudo, se encuentran cómodos cerca de élites conservadoras que les halagan por sus años de gobierno. Resulta muy curioso cómo, desde lo más conservador, se recuerda con añoranza a políticos como Felipe González o, incluso, Alfonso Guerra, olvidando como les maldecían cuando gobernaban. De la misma manera, también sorprende cómo veteranos socialistas parecen encontrarse tan confortables con sus actuales aduladores.
Los socialistas desempeñaron un papel excelente en los complejos años de la Transición, en la aproximación a Europa, y en el ganarse el respeto de la comunidad internacional. Pero, aún con este bagaje histórico, antes de mirar por encima del hombro a sus sucesores, convendría que tuvieran en cuenta algunas circunstancias.
El desplome institucional. El viejo PSOE tiende a responsabilizar a los actuales dirigentes del deterioro institucional generalizado del país. No estaría de más recordar que esta dinámica viene de lejos, pues es desde hace décadas que se ha ido laminando la independencia y el buen hacer de las instituciones. Fue bajo el primer mandato socialista que empezó el desgaste democrático, acrecentado con los gobiernos del PP. El máximo exponente de ese deterioro es el proceso independentista de Cataluña; una cuestión en la que me cuesta encontrar, entre quienes nos han gobernado previamente, ya sean socialistas o populares, alguna autoridad moral para criticar tan duramente al actual gobierno.
Las circunstancias de ayer y el mundo de hoy. Se pone como ejemplo de la mejor política la manera cómo se condujo la transición democrática. Y es muy cierto. Pero se tiende a olvidar que el mundo de hoy es de una mayor complejidad. En la década de los 70 y 80, se trataba de acercarnos a lo que era un modelo económico y social de éxito, el de una Europa con la que compartimos frontera. Además, la sociedad y la economía española ya llevaban décadas, desde el Plan de Estabilización de 1958, preparándose para un contexto democrático. Pero, hoy, andamos tan desnortados como franceses o alemanes, a la búsqueda de cómo reconducir un modelo global que ha mostrado unas fragilidades enormes. La cuestión no es asemejarnos, se trata de diseñar, en un contexto de desorientación y radicalidad generalizada, un nuevo contrato social. Casi nada.
La economía. Cuando el mayor problema es cómo regular un dinero global que fractura y campa a sus anchas, ajeno a regulaciones de uno u otro estado, resulta que nuestros antiguos líderes socialistas jamás se refieren a ello. Y si alguien tiene alguna que otra responsabilidad en la dinámica que explosiona dramáticamente en 2007, y cuyas consecuencias venimos arrastrando, no son quienes hoy nos gobiernan. Me pregunto, porqué el viejo PSOE no habla de reconducir una economía tan alejada de la mejor socialdemocracia.
En cualquier caso, muy buen verano que el otoño promete.