Las recientes elecciones generales arrojan un escenario extraordinariamente complejo. Es innegable que los partidos mayoritarios han sacado un buen resultado (más del 73% de los escaños están en manos del PP o del PSOE), pero para gobernar necesitan sumar con unos y con otros. Aunque las negociaciones no han comenzado, parece que, en el mejor de los escenarios para cada uno, Sánchez y sus aliados podrían llegar a 172 escaños por 171 a favor de Feijóo, dejando el fiel de la balanza en manos ni más ni menos que del partido de Puigdemont, donde vuelven a marcar el ritmo los hiperventilados por lo que la repetición electoral no es, ni mucho menos, un escenario imposible.
Tenemos por delante meses de largas negociaciones, Gobierno en funciones, presupuestos prorrogados, Consejo del Poder Judicial sin renovar, fondos europeos en precario y reformas comprometidas sin ejecutar, además de no poder tomar juramento a la princesa de Asturias. Y todo acabará con una mayoría muy compleja de gestionar o con una repetición de elecciones que, probablemente, no nos llevará a un escenario mucho más gestionable que el actual, como demostraron las repeticiones electorales pasadas. Serían las sextas elecciones generales en solo ocho años.
Es verdad que son los más hooligans los que van una noche electoral a la puerta de la sede de los partidos, pero los gritos de unos (“Que te vote Txapote”) y de otros (“No pasarán”) son muestra de un frentismo del que no sabemos, o no queremos, salir. Si tanto molestan al PSOE y al PP las alianzas con Vox, Bildu o ERC hay un camino, intentar ponerse de acuerdo entre ellos.
258 escaños darían lugar a un Gobierno sólido, capaz de hacer muchas reformas, entre otras de una ley electoral que requiere de un refresco para evitar bloqueos futuros. La gobernabilidad de España nos la jugamos con los representantes de 1,7 millones de españoles, pues esos son los votos que han alcanzado todas las fuerzas que solo se han presentado en sus autonomías, dejando a los otros 22 millones, votantes de las opciones estatales, compuestos y sin novia.
Un Gobierno del PSOE y del PP podría encarar un rediseño del sistema de financiación autonómico, del sistema de elección de jueces y crear un nuevo sistema electoral más acorde con las necesidades de la España actual. Trabajando juntos podrían reforzar las instituciones que han quedado dañadas en estos últimos años. Es cierto que las grandes coaliciones son complejas, pero complejo es el momento actual. Si la alternativa es votar con partidos que van a hacer muy difícil la gobernabilidad, un poco de altura de miras no vendría nada mal. Incluso podrían afrontar cambios en la Constitución que implicase una legislatura breve, pero bien aprovechada.
Hemos experimentado lo que implica una legislatura en coalición con un partido populista soportado por partidos minoritarios, y no parece algo bueno. Es verdad que el espantajo del monstruo verde ha hecho salir a muchos de sus casas y animarse a votar, pero muy probablemente en estas elecciones unos y otros han votado más en contra del rival y sus aliados que a favor de las ideas propias.
Si pensar en una gran coalición para el Gobierno es un sueño casi imposible esperemos que al menos se pongan de acuerdo para nombrar presidentes del Congreso y Senado, para elegir jueces o para estabilizar RTVE. Sería muy lamentable que las cámaras las presidieran parlamentarios con ideología extrema por aquello de reír las gracias a quien tiene que votar la investidura más adelante.
Es hora de hacer un reset al cortoplacismo y pensar en cambios profundos ahora que los partidos minoritarios son eso, minoritarios. Dejar que influyan más de lo debido porque representan el puñado de votos que falta para mover la balanza es demasiado táctico y, a la larga, perjudicial para todos, incluso para los que salgan beneficiados de pactos imposibles.