Pere Aragonès, en la entrevista que le hizo La Vanguardia el domingo 2 de julio como presidente de la Generalitat, anticipó el que iba a ser el eslogan de campaña de ERC: “La mejor defensa que se podrá hacer de Cataluña el 23 de julio es desde el independentismo”. Según se deduce de esta subjetiva interpretación había que votar a partidos independentistas y, por supuesto, al suyo, a ERC.

Un clásico del independentismo: arrogarse la representación de Cataluña entera, solo ellos pueden defender Cataluña, con la sangrienta paradoja de que ellos son, en gran medida, los culpables de los males de los que pretenden defendernos. Nos proponen como remedio la causa de la enfermedad.

Y en el último tramo de la campaña electoral ya no se trataba de “defender”, sino del dramático “resistir”, apuntando al heroico “No pasarán”.

A la vista de los resultados del 23J en Cataluña, los catalanes, muy mayoritariamente, no han tenido en cuenta la recomendación de Aragonès: los partidos independentistas que obtienen escaño han sacado 855.044 votos; los no independentistas con escaño, 2.448.694 votos. Una notable diferencia de 1.593.177 votos. Aun con correcciones al alza a favor de los independentistas, estos perderían, por fin, las próximas elecciones autonómicas.

La resiliencia de Pere Aragonès será admirable en el plano personal, pero es política y económicamente nefasta para Cataluña.

Si para España se ha alegado la necesidad de un cambio de ciclo en relación con el Gobierno de coalición del PSOE y UP –no avalado el 23J por una mayoría suficiente de votantes—, que ni siquiera agotó un primer mandato de cuatros años, qué habría que decir de un ciclo de gobiernos independentistas-secesionistas de 12 años y siete meses en cuyo transcurso hemos vivido una situación de agitación independentista permanente, los acontecimientos de 2017 con una declaración unilateral de independencia, el procesamiento de algunos líderes independentistas, las calles de Barcelona incendiadas, la instalación del resentimiento vengativo en Waterloo, las trifulcas entre independentistas y, finalmente, la soledad numantina de ERC con 33 diputados de 129.

Pretender que con esos antecedentes y mimbres se podrá hacer la mejor “defensa de Cataluña” –sin contar con el PSC, el partido que ha ganado claramente las elecciones generales en Cataluña con 1.213.006 votos, sacando 750.123 de ventaja a ERC— es cuando menos ilusorio; en todo caso, es frívolo e irresponsable.

La Generalitat tiene acumulado un poder enorme en competencias y recursos. Nunca tuvo tanto en el pasado; ninguna otra región europea tiene tanto en el presente. Durante esos 12 largos años, los gobiernos de la Generalitat han dilapidado este poder y han desaprovechado las potencialidades de la institución por ir tras una ilusoria independencia, todo agravado por una mala gestión de gobierno.

Los problemas estructurales de Cataluña no se han resuelto, algunos incluso han empeorado. En diciembre de 2022, el 24,7% de los catalanes se hallaba en situación de pobreza o exclusión social, cerca de dos millones, de los cuales unos 600.000 sufrían privación material y social extrema. A estos compatriotas Aragonès no les ofrece otra esperanza que aplazar la reversión de su suerte hasta que Cataluña sea un “estado independiente”; esto es, ad calendas graecas.

En esa entrevista, Aragonès también dijo masticando cada palabra que fuera cual fuese el resultado del 23J no convocaría elecciones en Cataluña –tampoco si no consiguiera aprobar los presupuestos de 2023— a fin de (es fácil deducirlo) no perder el poder y de impedir que Salvador Illa empezara a resolver los problemas reales de Cataluña y pusiera en evidencia los 12 años y siete meses de inoperancia gubernamental independentista.

El eslogan de campaña de Junts, el otro actor frívolo e irresponsable, incluso más porque sus pares ejercieron el poder en exclusiva de la Generalitat durante 10 de esos 12 fatídicos años, más los 23 años de gobiernos de Pujol, ha utilizado una fórmula que va como anillo al dedo en el estadio actual, pero en un sentido radicalmente contrario al que ellos le querían dar: “Ja n’hi ha prou”, “Ya basta”.

Pues sí, ya basta de la mala defensa de Cataluña y de vivir políticamente del cuento del referéndum de autodeterminación, parafraseando aquellos dos segundos de gloria de Carme Forcadell: “Presidente Aragonès, después del duelo por su mal resultado, ponga las urnas”, las de verdad.

Pedro Sánchez, al que tantos han criticado con la insidia de que “solo quiere conservar la poltrona”, después del 28M puso las urnas por dignidad democrática y con coraje político.