Cada vez que un amigo/a me cuenta ilusionado/a que ha empezado a salir con alguien que hasta hace poco estaba metida en una relación seria, pienso por dentro. “Ay, vigila, que igual solo sale contigo por despecho y te rompe el corazón”. No se lo digo, claro, porque, quién sabe, a lo mejor la relación prospera y acaban siendo felices y comiendo perdices. También he conocido algún caso así. En la mayoría de casos, sin embargo - incluido el mío -intuyo que el otro solo pretende llenar su vacío existencial, su miedo a la soledad, con una relación rebote. Andan buscando un sustituto de su expareja, y así evitarse el duelo. “Vuelvo a tener novia, estoy salvado”, era lo que transmitía un chico con el que salí hace un año y medio, que se había separado hacía solo tres meses (los meses que duramos nosotros). Al principio la cosa fue más o menos bien -si no tengo en cuenta lo mucho que criticaba a su ex- pero a la mínima que surgió un roce ( lo normal cuando empiezas a conocer de verdad a una persona), la relación se rompió y ninguno de los dos lo pasó bien.
Desde entonces, no me fío ni un pelo de los recién separados. Pero esta semana, leyendo un artículo en The Atlantic sobre las relaciones rebote, he llegado a la conclusión de que igual estoy equivocada. El artículo cita distintos estudios de universidades estadounidenses que demuestran que no hay datos suficientes para afirmar que una relación rebote tiene que ser tóxica o estar destinada a fracasar.
Uno de los estudios, basado en entrevistas a personas que se estaban recuperando de una ruptura, detectó que los que habían encontrado pareja enseguida estaban más seguros de su atractivo, confiaban más en los demás y eran menos propensos a decir que seguían sintiendo algo por su antigua pareja. Otro estudio entrevistaba a personas que después de una ruptura llevaban ya una media de un año y medio en una nueva relación. La conclusión a la que llegaba era que cuanto más rápido se habían lanzado a una relación rebote, más altas eran sus puntuaciones en niveles de bienestar y autoestima.
Aplicado a mí, resultaría que soy una pringada por no haber logrado meterme nunca en otra relación seria justo después de una ruptura. ¿Cómo lo hacéis, malditos, los que vais encadenando relación tras relación? ¿Es una cuestión de suerte? ¿De ser menos exigente y narcisista? ¿De pragmatismo? Explicádmelo, por favor. Estoy celosa.
Según el artículo de The Atlantic, las relaciones rebote resultan de gran ayuda para un tipo de determinado de personas. Por ejemplo, los hombres. Los hombres, escribe Faith Hill, autora del artículo, tienden más a creer en la idea de una media naranja y a permanecer atados emocionalmente a sus ex después de una ruptura. Tienen también menos apoyo emocional que las mujeres (¿menos amigos a los que contar sus problemas?), por eso tienden a las relaciones rebote. Otro ejemplo: la gente con apego ansioso, esas personas que necesitan la validación constante del otro y temen el abandono, y por tanto sufren más tras una ruptura. A este tipo de personajes, entre los que incluiría a mis dos ex, pivotar rápido a una nueva relación les puede ayudar a desapegarse de sus antiguas parejas, así como a recuperar confianza e independencia
¿Por qué sigue habiendo tanto escepticismo hacia las relaciones rebote si hay tantos beneficios? Nicolas Wolfinger, profesor de sociología de la universidad de Utah, cree que cuando la gente aconseja hacer una pausa tras una ruptura, es una forma de reconocer lo importantes que son las relaciones y lo grave que es cuando una se disuelve. Pero el error está en pensar que la curación se produce en el vacío. "¿Qué significa 'sentarme con mi dolor', ‘reflexionar sobre la pérdida’? A Wolfinger eso no le parece realista. "La vida humana", concluye, "es una serie que consiste en ir de una distracción a otra".