El gran debate en la Unión Europea (UE) consiste en saber qué hará la derecha con la extrema derecha. El caso alemán, único y archiconocido, se ha resuelto con el cordón sanitario ante el AfD, trazado por demócrata cristianos y socialdemócratas. En el resto de países, los ultras crecen y reclaman parcelas de poder, como ocurre en España cuando Feijóo habló claro: “habrá Gobierno PP-Vox”, dijo el lunes. En Europa, el cordón sanitario se acorta cada vez más. En Italia, Fratelli ha saltado la línea roja y en Suecia la extrema derecha es el segundo partido más votado. En Polonia, Hungría o Eslovenia los partidos ultra forman gobiernos, mientras que, en otros como Austria, Finlandia o Países Bajos, van en aumento. Los comisarios de Bruselas, reunidos el lunes en Madrid para celebrar el semestre español, manifestaron su temor ante la presencia de Vox en las instituciones. Vox es antieuropeo, xenófobo, homófobo, negacionista del cambio climático y se alegra cuando sus amigos de Desokupa, cuelgan sábanas insultantes contra Pedro Sánchez en el centro de Madrid. Vox despersonaliza al contrincante; Feijóo lo cosifica.
¿Quién ha colocado al líder gallego en modo ganador prepotente? Los trackings de Ignacio Michavila, que el célebre sociólogo interpreta antes de terminar ¿Quién le arropa en su viaje a la derecha dura? Una legión mediática en la que incluyo al querido Zarzalejos, un fino analista liberal de elocuente discurso, pero incomprensiblemente radicalizado. El reconoce que el PP ya no es un dique de contención ante Vox, sino su socio. Zarzalejos afirma que hay que proscribir a Sánchez. Le llama proscrito. Ya te vale.
Para sortear a los extremos, el expresidente Felipe González pide que gobierne la lista más votada entre PP y PSOE. Él recuerda su abandono tras su “derrota dulce” de 1996 frente a Jasé María Aznar. Entonces, acertó. Pero se olvida de que hoy, el pacto de mayorías con los nacionalismos blandos no existe; estos últimos se autodenominan soberanistas y vulneran la Constitución en cada discurso. El ticket PP-Vox significa la pérdida de derechos, mientras que al otro la lado, Podemos va desapareciendo (con sus nocivos cabecillas dentro, Pablo Iglesias, Montero o Monedero); funciona la fórmula de Sumar, con los moderados Yolanda y Urtasun a la cabeza. Entre los bloques PP-Vox y PSOE-Sumar no hay simetría. Vox sobra, Sumar mejora.
¿Por qué Bruselas nunca ha temido a la izquierda? ¿Y por qué teme, en cambio, a la ultraderecha? Ursula von del Leyen vio anteayer en Madrid cómo Feijóo inclinaba la testuz delante de Abascal, declarando el fin del sanchismo e inaugurando la tierra quemada.
La mejor representación moral de la Comisión en España es la ministra de Economía, Nadia Calviño, con su brillante cuadro macroeconómico a cuestas. Pero Feijóo no habla de economía. Tiene alergia al cara a cara y se esconde detrás del mitin, prehistoria de la política en plena sociedad digital. Sumar concita arrojo y rigor, pero aumenta la presión fiscal. No insulta a la manera del PP, ni restringe derechos humanos como hace Vox con la inmigración y el colectivo LGTBI, un sector que ha sufrido y que ha perdido demasiadas veces.
El turnismo de Felipe González aísla a los colectivos dolientes. Quiere volver a los años de Cánovas y Sagasta y, como político fernandino, merece un respeto. No dice nada del llamado Manifiesto de los Persas que obligó al Fernando VII a decretar el fin de la Constitución liberal de Cádiz, como lo quiere hacer Abascal ahora con la Carta Magna del 78. Muchos, yo mismo con perdón, suscribimos el optimismo volteriano de Felipe González respecto al pacto bipartidista, “el mejor de los mundos que habitarse pueda, querido Cándido”. Pero Feijóo, Michavila, Zarzalejos y otros muchos no nos dejan.