El calor aprieta, la sequía persiste y algunos políticos modernitos intentan vendernos paraísos de cartón piedra y foto fija. Pero ni la playa imaginaria de Borja Sémper instalada sobre pista de voley ni la resurrección de Chanquete conseguirán desactivar la alarma que suena en la mente de muchos españoles de buena fe. Las triquiñuelas urdidas entre PP y Vox no transmiten confianza sino desazón. La supuesta moderación de Núñez Feijóo se difumina cada vez que un ultra accede a un cargo de representación institucional, y más, si alguien desvela el contenido de sus declaraciones y tuits. No hay día sin comentario machista, ni telenoticias sin exabrupto gratuito en boca de Vox. Por mucho que se esfuerce el portavoz de los populares en edulcorar la campaña, el verano de los azules puede devenir tempestuoso. Algunos ayusistas, con el concurso de los ultras de Santiago Abascal, aplican otros métodos más incisivos y menos sofisticados; echan mano de una jerga descalificadora que tiene como objeto concentrar, en la persona de Pedro Sánchez, todas sus invectivas. Hablan de derogar y derrotar el sanchismo como si la llegada al Gobierno de Sánchez hubiera sido un accidente histórico ajeno al PSOE. Para ello, a veces, buscan el concurso de algunos jubilados del socialismo poco amantes de los cambios y el aggiornamento. Casi sin darnos cuenta de ello, estamos inmersos en una campaña electoral en la que la derecha española se nos muestra escasa de argumentos, sobrada de axiomas y empecinada en deteriorar la imagen del presidente Sánchez. Es evidente que una campaña en periodo estival no invita a diseccionar programas, pero de ahí a ningunear el debate sobre la economía y el bienestar social va un abismo. Si a este panorama tan insustancial le añadimos que el independentismo es el uróboros que se devora a sí mismo, y Sumar cojea, convendrán conmigo en que no vamos bien.
Como contrapunto a tanta vacuidad es de agradecer la aparición de libros y artículos que nos permiten comprender y abordar el presente desde una óptica más solvente y rigurosa que la que emana de la propaganda partidaria. Pienso, por ejemplo, en la colección de apuntes que elabora Raimon Obiols en L’Hora, el diario digital de Nou Cicle. Pienso también en el último libro de Josep Maria Triginer, que lleva por título Socialdemocracia Hispana. Ambos han sido miembros destacados del socialismo español y catalán, ambos ejercieron como primeros secretarios del PSC-PSOE y tuvieron importantes cargos de representación institucional, ambos siguen con pasión los avatares de la política y tienen cosas y experiencias que contar.
El ensayo de Triginer repasa la historia del socialismo hispano -a mí me va más el término ibérico-, desde sus orígenes hasta nuestros días. En este sentido, el libro puede ser considerado como un buen manual para seguir la evolución histórica de esta corriente del pensamiento político en España, y del PSC en particular. No faltan en sus páginas un espacio preferente dedicado a la Transición Española y la recuperación de la Generalitat, institución de la que Triginer fue consejero sin cartera del Gobierno presidido por Josep Tarradellas (1977-1980). Mención especial merecen los últimos capítulos y el epílogo, en los que el veterano político aborda, siempre desde su perspectiva personal, la manipulación político-mediática, la incertidumbre, los miedos y la utilización de los símbolos.
La mirada de Josep Maria Triginer contenida en el libro antes citado, como los apuntes de Raimon Obiols en L’Hora, deberían ser de lectura obligada para todos esos gacetilleros de la caverna y políticos de tres al cuarto que acuñan epítetos y adjetivos explicativos en lugar de debatir sobre contenidos e ideas. También para aquellos independentistas irredentos que, lejos de discutir sobre modelos de sociedad, optan por el maniqueísmo político.