Uno de los primeros anuncios que ha hecho la representante de Aliança Catalana, Sílvia Orriols, al asumir como alcaldesa es que auditará el censo de Ripoll para comprobar que no incluye inmigrantes con el visado caducado. Ella sabe que el empadronamiento es un derecho que no está vinculado al permiso de residencia y que la Ley de Extranjería no establece limitaciones en este sentido. Pero eso no tiene importancia para ella. Como otros líderes de extrema derecha, nutre su discurso de la desinformación y la mentira.
Hace unos meses, hacía referencia en éstas páginas al último libro de Federico Finchelstein y cómo él desgranaba las formas en que la mentira ha vuelto al poder en el siglo XXI, cómo Trump, Bolsonaro o Salvini han conseguido hacerse fuertes gracias a ella. Después de las elecciones municipales del 28 de mayo podemos afirmar con certeza que la mentira también está aquí. Vox ha irrumpido en 75 consistorios catalanes, pasando de 3 a 124 regidores, y las formaciones de extrema derecha independentista han conseguido representación en 13 municipios.
La receta de todas estas formaciones es la misma, alentar el discurso del miedo pero también del odio contra determinados colectivos, principalmente el de las personas migradas a las que se culpabiliza de problemas de los que no son responsables difundiendo datos falsos y fomentando el racismo estructural que ya existe en nuestra sociedad.
Combatir los discursos de odio es una responsabilidad colectiva, pero lo es especialmente en el caso de los medios públicos de comunicación que tienen un papel muy importante que cumplir a la hora de luchar contra la polarización y la desinformación de la que se nutren estos discursos. Porque son los que están en condiciones de mostrar los imprescindibles matices, de poner luz sobre informaciones intencionadas, de desmontar fake news y desarmar campañas racistas o basadas en el miedo. No es casualidad que una de las primeras reacciones de los líderes de extrema derecha cuando llegan al poder sea la de atacar la información de calidad porque entorpece uno de sus principales objetivos que es la propagación de la mentira.
La BBC lo entiende así y ha puesto en marcha recientemente un servicio de verificación para combatir la desinformación y explicar a la ciudadanía cómo lucha contra las fake news. A través de BBC Verify, el público puede ver cómo los equipos de noticias utilizan técnicas y herramientas especializadas, pero también métodos tradicionales de investigación, para comprobar y verificar vídeos, imágenes, datos, hechos, y garantizar así que el periodismo que hacen cumpla con los estándares que la BBC se enorgullece en defender. La BBC quiere asegurarse no sólo de hacer bien su trabajo sino de que su público vea cómo lo hace.
En Cataluña, en cambio, hemos visto estos días cómo las tertulias y algunos espacios informativos de TV3 y Catalunya Ràdio acogían con naturalidad voces que justificaban o minimizaban los postulados de la extrema derecha independentista sin que los presentadores o presentadoras de la casa hicieran nada por detenerles o poner luz sobre unos discursos que no están amparados por la libertad de expresión porque se sustentan en la mentira.
Al reflexionar sobre la banalidad del mal, Hannah Arendt decía que ésta podía aplicarse a los medios de comunicación cuando éstos asumen como algo habitual difundir contenidos que permiten que se normalicen o banalicen cuestiones que nunca debería serlo, como son el racismo, la homofobia o el machismo. Dar altavoz a personas que justifican o blanquean los planteamientos de Aliança Catalana, o de cualquier otra formación de extrema derecha, es lo contrario a la misión de nuestros medios públicos que tienen que trabajar justamente por lo contrario: poner en contexto un discurso que representa un ataque directo a los derechos humanos.
Es cierto que la ética periodística no puede cambiar la realidad. La extrema derecha se ha instalado en nuestras instituciones y seguirá allí al menos hasta que hayan unas nuevas elecciones. Pero puede servir para preguntarnos ante cada información cuál es la mejor manera en que podemos contribuir a no alimentar una de las principales amenazas de nuestra democracia.