La llamada sociedad occidental, que se desarrolla e inspira intelectualmente en las riberas del Mediterráneo, vive momentos de apasionada incertidumbre. Hemos vivido y vivimos a partir de ritos y celebraciones, muchas de ellas paganas, muchas de ellas vinculadas a los ritmos y calendarios que el mundo agrario generaba: las cosechas, la vendimia, la trashumancia… eran motivo de fiesta, una vez finalizada la actividad.
El mundo religioso tuvo la habilidad de adaptar y transformar los ritos paganos en fiestas religiosas, dándoles a todas ellas unos ceremoniales en muchos casos únicos. La arquitectura y la música ayudaron en el esplendor. La cultura y la religión marchaban en paralelo. Dios era el vértice de todo lo creado.
Pero a partir del siglo XVIII se inicia un lento camino. El texto de la Constitución norteamericana, la declaración de la República francesa y el texto de las cortes de Cádiz son la impronta de un nuevo humanismo. Dios empieza a bajar a la tierra. La fe y sus rituales se van adaptando. Las iglesias y las monarquías empiezan a ceder poder, la burguesía emergente y el proletariado, posteriormente, exigen un nuevo reparto de poder. “Libertad. Igualdad y fraternidad” son el nuevo “motto/lema”. Sin embargo, los ritos se mantienen. Las fiestas antes religiosas ahora se convierten en vacaciones. Hemos cambiado la forma de las procesiones, antes en silencio y andando, ahora en caravana de coches.
Antes la influencia era explícita, ahora es más sutil. Nadie quiere perder las vacaciones, el día de fiesta, pero el origen religioso se diluye. Los guardianes de las ortodoxias solo se ven recompensados si introducen una dimensión de espectáculo turístico. Si aceptamos que las formas se vayan adaptando a las exigencias de una ciudadanía que quiere los ritos en paquetes de fácil digestión, ¿cómo mantener la esencia de las tradiciones? No olvidemos que, en un mundo de inseguridad e incertidumbre, apelar a las tradiciones y los ritos del pasado es un instrumento de gran auxilio.
Ante los cantos de una tecnología que mucha gente desconoce y no comprende, la puerta se abre al volver a los ritos y las tradiciones. El reto no es el volver a las viejas tradiciones, es saber adaptar sus legados a las exigencias de un mundo en transformación, social y económicamente acelerada. Los guardianes de las tradiciones no pueden mantener una posición defensiva; o se adaptan a las exigencias de transparencia, de género, etcétera, o pueden encontrarse orilladas por el avance de un mundo que ignora o desconoce el significado profundo de muchos ritos.
Hace falta pedagogía y no tener miedo a explicarse. El reto para los ritos, como en el renacimiento, está en buscar los trovadores del siglo XXI. Un viaje entre el rito, antiguo y aceptado, y las nuevas modernidades, donde la tecnología es el nuevo tótem. Un viaje apasionante que no podemos rehuir.