Fredi Bentanachs ha sido elegido concejal en el ayuntamiento de una población de Lleida. Para que después nos vengan diciendo que la democracia es buena, anda ya. Fredi, un hombre de edad indeterminada, aunque por su aspecto de tortuga de las Galápagos bien podría pasar de los dos siglos de vida, fue terrorista de Terra Lliure, incluso fue de los fundadores de esta organización, pero eso nada tiene que ver con la caída en picado de la democracia, eso es peccata minuta en un país que tiene concejales y diputados que pertenecieron a ETA y que fueron condenados por delitos de sangre. El problema de Fredi, es decir, el problema de un sistema que permite que Fredi representa a alguien, no es su pasado, sino su presente. Basta con escucharle dos minutos para percibir que el pobre dejó muy atrás los tiempos en que sus neuronas estaban conectadas entre sí, suponiendo que ese tiempo haya existido alguna vez. Fredi, duro es decirlo, no es que no debiera representar a nadie, es que difícilmente puede representarse a sí mismo, necesita un tutor con más urgencia que los campos de su Lleida necesitan agua.
La elección de Bentanachs es -con perdón- una bomba contra la democracia. ¿Puede un sistema que permite a Fredi desempeñar un cargo institucional, considerarse sano? Lo dudo mucho. A la protagonista de “Elizabeth Finch” -la última novela de Julian Barnes- alguien le suelta la consabida frase de que la democracia constitucional es el menos malo de los sistemas políticos hallados hasta el momento.
-Debió de ser un demócrata quien dijo eso, ¿no? - responde ella con sorna.
O quizás no tanta sorna. Estamos tan acostumbrados a escuchar que la democracia es el mejor sistema, que cuando Fredi Bentanachs resulta elegido -aunque sea como último concejal del último pueblo de Lleida-, tal aseveración nos pilla en bragas. Hay para empezar a dudar de la democracia. Ya sé que hay gente que ha votado a Fredi porque ha querido, que no es que éste- recordando sus tiempos de militante de Terra Lliure- les haya obligado bajo amenazas a hacerlo. Ese es precisamente el problema: la gente que vota libremente.
Hubo otro Fredi antes de Fredi, Freddy Krueger se llamaba, el cual, sin necesidad de fundar ningún grupo terrorista, bien que se cargaba a quien le apetecía, aunque cabe decir que era bastante más guapo que su homónimo Bentanachs, a quien ahora que vuelvo a mirar su aspecto de quelonio, más parece tener facciones de anciana venerable que acumula gatos en casa, a lo que contribuye su pelo largo y graso. A Freddy Krueger también le habrían votado en Sanauja, se conoce que allí no tienen muy en cuenta ni el pasado ni el presente de los candidatos, ni mucho menos su poco amor al prójimo.
Sostiene mi colega de estas páginas Ramón de España, que Terra Lliure fue la única organización terrorista a la que la policía desmanteló por su propio bien, ya que sus miembros tenían por costumbre explotar las bombas en su propio regazo. Fredi se salvó de milagro, e incluso se diría a simple vista que no le falta miembro alguno del cuerpo -habría que examinarlo a fondo para confirmarlo-, otra cosa son las secuelas psicológicas que le dejó su paso por semejante organización autoterrorista, esas sí que se perciben al primer golpe de vista.
La democracia es así: permite que sean elegidos personajes como Fredi y, lo que es peor, permite que voten personas que eligen a personajes como Fredi. El bueno de Bentanachs ni siquiera podrá cumplir con la principal función de un político, que es la de decepcionar. El pobre Fredi no va a decepcionar a nadie, porque es imposible que nadie espere nada de él.