Una de mis desgracias personales es tener que estar en Tinder para ligar. Al principio me hacía gracia utilizar las apps de dating, era una manera de conocer hombres fuera de mi entorno social o profesional a los que probablemente nunca hubiera conocido en un bar –desde ingenieros de software a profesores de universidad, capitanes de barco, cirujanos o diseñadores gráficos—, pero, después de cinco años, empiezo a odiarlas profundamente.
“Te soy sincero, yo solo estoy buscando sexo o jugar al tenis”, me soltó hace poco un match con quien acababa de empezar a chatear. Parecía guapo y hasta gracioso, pero se me pasaron las ganas de quedar. Sus palabras me hicieron sentir como si estuviera expuesta en un verdadero mercado de carne, y no solo en una exposición de fotos de rostros, cuerpos y a veces también currículums regida por la superficialidad. No soy ninguna recatada, estoy abierta a tener amantes y aventuras de una sola noche, pero no me gusta acudir tan condicionada a una primera cita. ¿Dónde está la magia de la incertidumbre, del “ya se verá”, del tener que currárselo un poco para llevarse a alguien a la cama? No soporto que decidan por mí lo que va a ocurrir. Qué aburrido, por dios, querer tenerlo todo tan controlado de antemano.
Pero esto no es lo peor de Tinder. Desde hace unas semanas, cuando haces match con alguien se abre una pantalla en la que la aplicación te sugiere que entables conversación con el afortunado (“Dile algo a Pepito”) y, un poco más abajo, resaltado en un recuadro negro y en letra blanca mucho más grande, se lee: “¿No sabes qué decir? Toca aquí para obtener más información”. Al hacer clic sobre este mensaje, tienes la opción de autorizar a Tinder a desbloquear nuevas funciones de “mejora” de chat, para que tus chats sean más “fáciles y apetecibles”. “Los datos de tus mensajes se utilizarán para recomendar respuestas, habilitar juegos y brindar funciones que te ayuden a conectar mejor con los demás”, informa Tinder, sumándose a la tendencia a utilizar la inteligencia artificial para fines que van en contra de ser creativo o utilizar el cerebro.
Me parece el colmo del vago que un algoritmo te ayude a chatear con una persona con la que pretendes ligar. Es fraude. Igual que es fraude colgarse en la pared de casa una fotografía realizada con IA, por muy bonita que sea, o leer un reportaje o una novela escrita con IA, si es que algún día sucede. La gente que aprecia el arte, el periodismo y la literatura aprecia el trabajo creativo, intelectual y artístico que hay detrás. Igual que el que aprecia la moda no quiere llevar ropa de imitación, sino ropa de marca y diseños auténticos. Me aburre mucho hablar de IA. Me aburre mucho el mundo que dicen que viene, pero confío en que pronto habrá más esnobs como yo, personas que valoran la creatividad y la espontaneidad humana, la magia de no tenerlo todo controlado.