Permítanme que eche mano de la terminología futbolera. Las palabras y los conceptos que se usan en relación con el deporte rey suelen poseer una enorme capacidad didáctica. Casi todo el mundo entiende lo que es un autogol, un cerrojazo o quedar fuera de juego. Así, cuando les diga que el PSC necesita fichar a un buen carrilero será más fácil entendernos. Salvador Illa capitanea un buen equipo que articula un juego político que agrada a muchos ciudadanos por su sobriedad y limpieza. Jaume Collboni lleva a término una campaña ejemplar en el tono y en las propuestas. Nada que objetar al respecto. Es a partir del respeto, el diálogo constructivo y la mano tendida que va a ser posible recuperar lo mejor de la política española y catalana. Pero esta confianza roussoniana en la bondad del prójimo no obliga a poner siempre la otra mejilla dado que, los adversarios, si son crueles y marrulleros, pueden noquearte en un plis plas.
Las campañas electorales despiertan en los acomplejados que temen perder su estatus los más bajos instintos. Se vocean barbaridades, se ofende gratis y se insinúan perversiones y maldades indemostrables. Repasen ustedes una de las últimas sesiones del Senado y comprobarán lo que es capaz de verbalizar un energúmeno trajeado. Terrible y obsceno el comportamiento de algunos electos sin escrúpulos. Dicen que en Cataluña la campaña va de otro palo y es cierto, aunque también abunda (perdonen) la mala leche y el rencor. Aquí ERC y Junts pelean por el copyright del independentismo; el junquerismo beato intenta laminar el poder metropolitano de los socialistas y las derechas procuran revitalizarse matando a Vox. Legítimo todo. No obstante, no deja de ser lamentable que, en este contexto supuestamente diferenciado, Pere Aragonès use demagógicamente los percances de Rodalies, Ernest Maragall destile resentimiento antisocialista y Gabriel Rufián, desbocado, acose en el Congreso a la ministra Raquel Sánchez blandiendo la foto de un tren incendiado. Ante esta situación rebosante de mezquindad —que se va a repetir hasta la saciedad los próximos meses— lo lógico hubiera sido una salida en tromba de toda la artillería socialista para contrarrestar las andanadas republicanas. No ha sido así. Muchos ciudadanos piensan que hay un exceso de estoicismo y jogo bonito en el equipo del PSC. Se echa en falta un carrilero defensivo capaz de marcar territorio y cometer, si es preciso y sin violencia, una falta técnica en caso de peligro de gol.
Insisto, el socialismo catalán necesita un buen carrilero y ese no ha de ser ni puede ser Salvador Illa, porque está llamado a mayores designios. En la plantilla se echa en falta la existencia de un jugador defensivo, habilidoso y con gran capacidad física (política). Una persona capaz de correr la banda, atacar, centrar, cortar balones del adversario en el medio campo y regresar a la defensa cuando sea necesario. En política quien calla otorga, quien no replica se desdibuja y pierde. Quien no impone su ritmo de juego baila con el de los otros. La función del carrilero político tiene un algo de airbag, de cojín de aire, de dispositivo de seguridad contra los zafios que buscan chocar de frente. El carrilero que precisa el socialismo catalán no es un broncas provocador, sino un político que neutralice hostilidades y las vea venir. Los equipos consiguen la excelencia cuando el reparto de tareas de sus integrantes funciona como un engranaje bien engrasado. El liderazgo de Salvador Illa está fuera de toda duda y su objetivo estratégico también. El dirigente socialista catalán cumple bien con su cometido, tiene discurso y perfil propio, imagen y recorrido; cierto, pero tras las elecciones municipales vienen otros retos y no estaría de más fichar, o fabricar, un buen par de carrileros. Hay partido para rato y a los socialistas les conviene muscular el banquillo y afinar la puntería.