En medio de la guerra civil abierta entre Sumar y Podemos, llama la atención el papel belicoso de Gabriel Rufián, cuya intervención contra la vicepresidenta ha sido durísima. En la política como en la vida misma algunas veces el éxito o el fracaso depende de factores insospechables. Los griegos lo atribuían al capricho de los Dioses. Yolanda Díaz no habría lanzado la plataforma Sumar para refundar un espacio progresista a la izquierda del PSOE, y no se estaría ahora mismo postulando como candidata a la Moncloa, sin el error del diputado del PP Alberto Casero que hizo posible, contra pronóstico, la aprobación de la reforma laboral en febrero de 2022. Era una votación que parecía perdida de antemano cuando se confirmó la sospecha de que los dos diputados de la Unión del Pueblo Navarro se disponían a desmarcarse de la posición oficial de su partido, e iban a votar en contra. Pero sobre todo porque ERC también iba a rechazarla, de forma incomprensible, y pese a las reiteradas peticiones tanto de CCOO como de la propia UGT catalana para que cambiara de posición. La reforma laboral era fruto del acuerdo de la CEOE, pese al disgusto del PP y la bronca interna que le costó a Antonio Garamendi, con los dos sindicatos mayoritarios, lo que suponía para Díaz un éxito en primera persona. La negativa de Gabriel Rufián iba dirigida claramente a propiciar su fracaso, pues con la abstención garantizaba su pase al Senado. No habiendo razones suficientes para un rechazo tan frontal, no se puede leer de otra forma que como una maniobra para erosionar a la vicepresidenta segunda. Y la sospecha es que a Pablo Iglesias, arrepentido desde hacía meses de haberla señalado como la candidata, ya le parecía bien.
Díaz no dejó pasar la oportunidad de referirse a ello en su intervención del domingo pasado, tras oficializar su candidatura a la presidencia del Gobierno. “La política útil no es votar en contra de una reforma laboral con el PP y Vox por puro politiqueo”, afirmó sin citar a ERC. No hacía falta, a los pocos minutos Rufián replicó desde Twitter: “Entiendo que útil es pactar con Garamendi y Ciudadanos una reforma laboral sin unos salarios de tramitación y una indemnización digna a cambio del aplauso y la financiación suficiente para apuñalar a quienes te pusieron donde estás”. Durísimas las palabras del portavoz republicano, que no solo se defendió de esa alusión, sino que acusó a la vicepresidenta nada menos que de intentar asesinar a Podemos a cambio de dinero para financiar su campaña. En realidad, fue Rufián quien intentó asestar un golpe fatal a Díaz, aunque no lo logró por el error de Casero, con el que también ayudó a precipitar la caída en desgracia de Pablo Casado. Iglesias ha reconocido recientemente que aquello podría haber implicado la “dimisión” de la vicepresidenta. Siempre me ha llamado la atención la alta consideración política y las palabras lisonjeras con que Iglesias trata a ERC, particularmente a Rufián, quien por su parte se ha convertido en un permanente crítico de Díaz, en un defensor acérrimo del exlíder morado, y no ha dudado en opinar en las cuitas internas del espacio político de Unidas Podemos y sus confluencias. Tras lo sucedido este pasado fin de semana, con la guerra civil abierta entre Sumar y Podemos, se afianza la hipótesis de que Iglesias intentó apartarla y que contó para ello con el politiqueo de Rufián.