Me llamó la atención de Clara Ponsatí que llevara colgada del cuello una identificación, supongo que la edad y la dureza del exilio le han pasado factura a esta abuelita, y sus familiares la obligan a llevar el cartelito cuando sale de casa. Además del nombre, imagino que en el cartel lleva escrita su dirección, para que quien la encuentre la pueda devolver sana y salva --es un decir, me refiero a tal como estaba al salir de casa, que no es que estuviera muy sana-- a la familia. Me percaté de lo desamparada que se encuentra esta anciana cuando sale a la calle, porque en cuanto un amable policía se dirigió a ella, lo primero que hizo fue mostrarle la identificación, al tiempo que esbozaba hacia la autoridad una sonrisa de agradecimiento, de anciana desorientada que necesita ayuda y al fin la ha encontrado.
--"No me acuerdo de quién soy ni de dónde vivo, pero aquí está todo escrito, devuélvame a casa, por favor", decía la mirada de Ponsatí al agente del orden.
Es normal que se sintiera despistada, en medio de toda aquella gente que gritaba cosas ininteligibles y al lado de un señor pequeñito y calvo que aseguraba ser un abogado. "Para qué necesito yo un abogado si sólo he salido a pasear un rato", pensaría la buena mujer. Por si fuera poco, encima andaba por ahí una unidad móvil de TV3 que convertía en más caótica si cabe toda la escena. Todo lo que atinaba a hacer Ponsatí en medio del fragor que no entendía, era mostrar el cartelito identificativo al policía para que la alejara de la gente y la devolviera a la paz del hogar, a su sofá con fundas de lino, a su bata de boatiné.
Habrá quien considere que es una humillación que toda una Clara Ponsatí, con lo que ella ha sido, deba llevar identificación al cuello para salir a la calle, como si fuera un chucho, aunque sin levantar la pata para mear. Un chucho de los de antes, claro, porque ahora llevan chip, bien pensado se le podría colocar un chip también a la señora Ponsatí, detrás de una oreja, y así no tendría que ir mostrando el cartel. Con que el policía que la encuentre le escanee el pescuezo, ya sabrá a dónde tiene que devolverla, las nuevas tecnologías todo lo facilitan.
No hay tal humillación, es por su propio bien. Hay familias sin corazón que abandonan a las abuelas en cualquier gasolinera, aprovechando la desorientación que sufren estas, por edad o por enfermedad. No digo que sea el caso de la familia de Clara Ponsatí, que tal vez estaba realmente preocupada por su desaparición y esperaban con ansia que alguien leyera su nombre y dirección y la retornara al hogar. Además, cerca de la catedral, donde fue encontrada en buen estado de salud, no hay ninguna estación de servicio, con lo que las sospechas de abandono se desvanecen, por más que no faltaran motivos, no hay más que escucharla un rato. Se desconoce cuánto tiempo llevaba deambulando por las calles la señora Ponsatí cuando fue localizada, no parecía haber dormido a la intemperie, el aspecto desaliñado que lucía era el habitual en ella y no fruto de acostarse entre cartones. Probablemente nunca sepamos con seguridad qué hizo ni por dónde anduvo, porque difícilmente lo recordará.
A determinada edad todo el mundo debería llevar escrito su nombre y dirección en lugar visible. Vemos periódicamente en la prensa noticias de ancianos desaparecidos, y no todos tienen la suerte regresar a casa. Ponsatí fue localizada sólo minutos antes de que en las farolas de su barrio apareciera su imagen y un número de teléfono. Evitar estas situaciones está en manos de las familias, una simple tarjeta identificativa puede salvar vidas.