Asunción Aguadé (Barcelona, 1943) empezó a bailar un poco por casualidad. De pequeña era una niña delgada y de aspecto enfermizo y su madre, una humilde modista que se había quedado sola a cargo de sus dos hijas, la apuntó por las tardes a clases de gimnasia para que reforzase la musculatura.
“Al final de la clase había un piano y el monitor nos decía que improvisáramos. Resulta que tenía mucha gracia bailando –“qué mona, qué mona”, decía— y le sugirió a mi madre que me apuntase a ballet”, recuerda Aguadé, de 79 años, una soleada tarde de febrero en su piso de Les Corts.
La bailarina del Liceu
Su madre, que ni sabía lo que era el ballet ni tenía dinero para pagarle las clases, acabó haciendo caso al monitor y la llevó al Institut del Teatre, entonces en la calle Elisabets, para que hiciera las pruebas de ingreso. Y así empezó la carrera de quien acabaría siendo la bailarina estrella del Gran Teatre del Liceu y seguidora de la tradición del maestro Joan Magriñà, referente del baile y la danza clásica en Cataluña.
“En realidad, el mestre me apadrinó”, reconoce Aguadé, recordando el día que fue a hacer las pruebas al Institut vestida con un traje que le había cosido su madre. “Me hicieron un montón de pruebas, incluso un dictado, y mira que yo hacía muchas faltas”, se ríe. Tenía solo 12 años, pero su talento deslumbró igualmente a Magriñà, entonces primer bailarín y coreógrafo del Gran Teatre del Liceu, además de dirigir los estudios de ballet en el Institut del Teatre y la escuela de baile que él mismo había fundado en la calle Petritxol en 1936.
Sin recursos para pagar la formación
Convencido del potencial de su nueva alumna, Magriñà insistió para que la niña no solo estudiase en el Institut, sino que tomara clases en su prestigioso centro, un referente del ballet clásico, y la escuela bolera en Barcelona, donde estudiaban las hijas de las familias acomodadas de la ciudad. “Recuerdo que había siempre cochazos aparcados en la puerta”, bromea Aguadé, que a su edad sigue conservando el cuerpo de bailarina. La escuela de Petritxol costaba 500 pesetas al mes, un precio que su madre no podía permitirse. Pero el mestre les propuso que pagaran lo que pudieran, hasta que la niña pudo ir pagando toda la matrícula con el dinero que ganaba los veranos en actuaciones de ballet clásico español por la Costa Brava –su nombre artístico para los turistas era Marysun— y en sus primeras apariciones en el ballet del Liceu, donde Magriñà la “contrató” en calidad de meritoria, el primer eslabón en una compañía de danza. A partir de ahí fue ascendiendo posiciones –cuerpo de baile, solista, primera bailarina— hasta acabar convertida ella misma en directora.
Y no solo eso. Cuando el mestre se jubiló, en 1976, le ofreció hacerse cargo de su emblemática escuela de la calle Petritxol. “Para mí esto es un santuario. Si la quieres, la puedes llevar solo tú”, le dijo. Aguadé aceptó el reto, y durante más de 40 años ha dirigido ella sola la institución, manteniendo la misma filosofía de su fundador. “El estilo de una escuela lo marca su profesor. Y Magriñà no fue solo un bailarín, fue un artista”, explica.
Adiós a un referente
Desafortunadamente, en diciembre de 2022 Aguadé se vio obligada a clausurar el local de Petritxol. Los meses de cierre debido a la pandemia y una intervención de cadera que la obligaron a contratar una tercera profesora pusieron en jaque su equilibrio financiero, y la veterana bailarina, incapaz de seguir asumiendo la gestión, no ha sabido encontrar una solución. Lo ha intentado de muchas maneras: buscando un traspaso, pidiendo ayuda a las instituciones públicas, desde el ayuntamiento al Institut del Teatre o el Liceu, a los que sugirió que integrasen la escuela en sus instalaciones, sin obtener éxito. “No les interesó nada”, se lamenta ante la falta de apoyo por parte de los organismos públicos.
En la actualidad, la escuela –dos salas de baile de parquet intacto y un agradable recibidor con vistas a un luminoso patio interior— se encuentra cerrada y solo una placa de cerámica recuerda que en el primer piso de ese edificio del siglo XVIII fundó su estudio en 1936 el maestro Magriñà. “La placa la mandé hacer yo”, remarca Aguadé. La placa, colocada en 1995, fue pagada entre los vecinos y comerciantes de la calle Petritxol.
Sin sucesor
“Hubo un momento en que el ballet tenía el apoyo de la burguesía catalana, ahora no”, constata. Esta falta de interés por el ballet clásico le quedó muy clara cuando, en 1988, la dirección del Liceu decidió disolver el ballet del teatro, que ella misma había liderado hasta un año antes. “Cada vez reducían más nuestras apariciones, era una lucha constante con el director para que nos programaran, así que me fui”, recuerda.
Al abandonar el ballet, Aguadé empezó a dedicarse de pleno a la escuela de Petritxol, asumiendo el contrato de alquiler. El local, con licencia y en buen estado, es propiedad de unos curas de Badalona, que en estos momentos piden 1.400 euros al mes. Aguadé ni siquiera pide costes de traspaso, para ponerlo todo más fácil. Aun así, no ha encontrado sucesor.
“Yo lo he intentado, no ha salido”, dice, lamentando que se pierda un lugar que tendría que ser patrimonio cultural de la ciudad y que ha dejado un vacío en el mundo de la danza clásica. Antes, cuando una profesora de baile detectaba a un alumno con talento, lo enviaba a la escuela de Petritxol, “ahora solo le queda el Institut”, añade la experimentada bailarina. Ironías de la vida, cuando intentó ser profesora del Institut del Teatre, le dijeron que no podía, porque no tenía título de grado superior.