Barcelona se encuentra a las puertas de unas elecciones municipales que se celebrarán el 28 del próximo mes de mayo. La campaña municipal hace ya meses que comenzó, de hecho, la alcaldesa Colau lleva años de campaña electoral. Difícil negar sus dotes comunicacionales, su manejo de las emociones y su capacidad para proponer soluciones simples a problemas muy complejos.
La aparición de la candidatura de Trias le ha venido a la alcaldesa como anillo al dedo en momentos que las encuestas apuntaban un importante rechazo de los ciudadanos a la gestión de la primera edil. Una gestión muy alejada de la ciudad del encuentro y el consenso que había caracterizado a la Barcelona maragalliana.
La aparición de Trias, veterano político convergente mutado en secesionista, supone una polarización de la campaña que conviene especialmente a la alcaldesa y al exregidor convergente. Colau y Trias se proponen ambos como líderes de dos modelos de ciudad confrontados. La polarización y el ruido mediático dificultan que llegue a los ciudadanos la propuesta de un modelo de ciudad alejado tanto del populismo colauita como del negocio convergente.
Barcelona, como apunta un reciente extenso reportaje del Financial Times (How Barcelona Lost Its Way), necesita recuperar el rumbo y la energía perdida en la última década. Una deriva provocada por un procés secesionista y una gestión populista que, basados en el repliegue identitario y en la confrontación, alejaban a la ciudad de su vocación cosmopolita y de su capacidad solidaria en la construcción de consensos.
Barcelona necesita un gobierno que crea en la ciudad como instrumento de creación de riqueza, capaz de aplicar políticas distributivas para combatir la desigualdad. Es el momento de apostar por un modelo económico más diversificado y resiliente, con actividades de mayor valor añadido y con empresas capaces de liderar el desarrollo innovador y generar la atracción de talento y conocimiento. Una ciudad que apueste sin complejos por la colaboración público-privada, donde la rentabilidad no solo tenga una componente económica sino también social
La globalización sin control y la pandemia han dejado profundas cicatrices en el tejido social incrementando la desigualdad. Será pues necesario un amplio consenso institucional que permita aplicar políticas que generen actividad económica y por lo tanto oportunidades de empleo En el caso de Barcelona urge ese consenso institucional para abordar un tema tan prioritario como las carencias sobre la oferta de vivienda pública y el insuficiente acceso a la vivienda asequible.
La Barcelona Distrito Federal (BDF), como algunos llaman a la ciudad metropolitana, no debe renunciar al desarrollo de todo tipo de infraestructuras desde las sociales y científico-técnicas, hasta las de movilidad que apuesten por la sostenibilidad y la intermodalidad. También las aeroportuarias que permitan conexiones intercontinentales con las urbes más importantes del planeta.
El urbanismo táctico debe ser compatible con la movilidad, el derecho de los ciudadanos a poder transitar por su ciudad sin barreras. El urbanismo tiene que estar al servicio de la movilidad, factor de crecimiento de la actividad económica. “La supermanzana colauita destruye la igualdad del espacio urbano del Eixample, la malla isotrópica del Pla Cerdà, al crear calles privilegiadas sin tráfico y con un verde impostado y descargar toda la contaminación y la circulación a las calles restantes”. Todo ello sin que exista un Plan de Movilidad y una remodelación del Transporte Público que responda a este nuevo escenario.
Urge apostar por una gobernanza metropolitana efectiva que ayude a encarar el futuro de la ciudad pensando su lugar en el mundo. La alcaldesa de Barcelona ha renunciado a ejercer de presidenta del AMB y ha actuado más bien como alcaldesa autoritaria que intenta imponer su modelo de urbanismo táctico al margen de su región circundante.
Recuperar el rumbo y la energía de la capital exige huir del debate catastrofista y la descalificación a todo lo que se ha hecho en estos últimos ocho años, pero sin embargo urge a construir un relato soportado por el modelo de ciudad anteriormente apuntado.
La vuelta del candidato convergente no puede hacernos olvidar lo inocuo de su mandato y las sombras que le acompañaron. Su mano derecha, el teniente de alcalde Antoni Vives, responsable de Urbanismo, tuvo que afrontar varias acusaciones por irregularidades y fue condenado por corrupción en enero de 2021.
Los otros aspirantes al gobierno de la ciudad, ERC y PSC, han aparecido en muchas ocasiones como acompañantes del gobierno colauita . Los “republicanos” han sido la muleta de los comunes en sus decisiones presupuestarias y se presentan como sus principales aliados en el gobierno de la ciudad a cambio del apoyo incondicional que los comunes prestan al Govern de la Generalitat. Por otra parte, al PSC le costará un gran esfuerzo transmitir, durante la campaña electoral, el mensaje de que posee el liderazgo y la capacidad para proponer un modelo alternativo de ciudad alejado del populismo de los comunes y del negocio convergente. El PSC debería ser capaz de liderar el modelo de ciudad anteriormente apuntado y al mismo tiempo intentar explicar a los ciudadanos el porqué de su complicidad e indolencia en algunas actuaciones del actual gobierno municipal.