Laura Finestres (Cabrera de Mar, 1966) recuerda que cuando anunció en casa que abandonaba el instituto para matricularse en la escuela de artes visuales de Vilassar de Mar, su padre quedó un poco disgustado. Para no hacerlo enfadar más, le dijo que estudiaría diseño de interiores (ella lo que en realidad quería era hacer escultura), “porque sonaba más como un oficio”. Sin embargo, cuando la escuela de Vilassar cerró por falta de recursos y tuvo que empezar de nuevo en la Escuela Massana de Barcelona, Finestres supo que su futuro estaba lejos del diseño.
“En la Massana se me abrió un mundo. Allí había gente haciendo de todo”, recuerda esta artista polifacética que actualmente expone en la Fundación Palau de Caldes d'Estrac. Era finales de los años 80, y por aquel entonces regresar en tren a Vilassar a última hora de la tarde desde el Raval, donde está la Massana, “era toda una aventura”, se ríe.
Dejó la Massana para trabajar en Nápoles
Mientras estudiaba escultura en la Massana, Finestres trabajó también como estampadora en un taller textil de Mataró, un empleo que le permitió experimentar con diferentes técnicas y materiales, además de estimular la creatividad. “Teníamos el reto de hacer algo bonito con solo tres colores disponibles”, explica la artista.
Finestres no llegó a terminar los estudios en la Massana: “A mí me gusta mucho la experimentación, y en aquella época las escuelas de arte seguían modelos educativos muy estáticos, muy categorizados, sentía que no estaba en mi lugar”. Así que cuando en 1992 le ofrecieron un trabajo temporal de catalogación en uno de los talleres de serigrafía y obra gráfica más importantes de Italia, Il Laboratorio di Nola, en Nápoles, no se lo pensó dos veces.
La almendra y sus primeros cuadros
“Cuando vi ese espacio, ese ambiente… supe que no me quedaría solo dos meses”, recuerda. Finestres terminó quedándose siete años en Nápoles, donde aprendió distintas técnicas de grabado gracias a su empleo en el Laboratorio, un referente en serigrafía y edición de libros, por donde pasaban artistas de toda Italia, además de trabajar para diversos estudios de pintores locales. “Trabajé para muchos artistas, pero no quise seguir ninguna de sus escuelas, quería encontrar mi propio camino”, añade.
No fue hasta que se mudó a Londres con su pareja, en 1997, que pudo dedicarse de pleno a su carrera artística. Estimulada por la amplia oferta cultural y museística de la capital británica, Finestres empezó a pintar sus primeras telas partiendo de su fascinación por la almendra, el fruto que da forma a la mandorla del Pantocrátor. “La almendra nos remite a la idea del origen”, comenta. Fue en Londres donde también vendió sus primeros cuadros.
Trasfondo surrealista
Las primeras exposiciones llegaron un par de años más tarde, ya de regreso a Barcelona. Siguiendo diferentes líneas temáticas –la almendra, los labios, el árbol de la vida…— Finestres experimenta con diferentes técnicas y estilos, aunque sus obras destilan todas un aire surrealista y poético. Son obras que deben leerse entre líneas para captar el mensaje oculto de la artista, como es el caso de las expuestas actualmente en la Fundació Palau, inspiradas en el reconocido poeta, ensayista, narrador, dramaturgo y traductor catalán Josep Palau i Fabre, uno de los máximos especialistas en Picasso.
“Palau Fabre era un hombre de estudio constante, autoexigente, con una gran pasión por todo lo que hacía”, dice Finestres, que pasó un año entero leyendo su obra. Pero lo que más le llamó la atención de este personaje fue su faceta de alquimista, “su versatilidad para pasar de la poesía al teatro, a profundizar en la obra de Picasso”, explica. A partir de ahí, Finestres empezó a desarrollar una serie de obras basadas en el concepto de la alquimia –la capacidad de transmutar de los materiales— con la idea de reutilizar materiales que tenía en casa, como una antigua sábana de hilo heredada de su familia.
Preocupación por el medio ambiente
“En un momento de tanta movilidad, la sábana es sinónimo de tener una cama, de poderte abrigar”, explica la artista ante la obra titulada Paisaje mediterráneo escrito, que da inicio a la exposición. Sobre un pedazo de sábana, la artista ha dibujado en bolígrafo negro un paisaje botánico, con la particularidad de que los trazos son en realidad frases en letra ligada minúscula. “Son fragmentos repetidos de cosas que leo o escucho en ese momento, y que acaban convirtiéndose en mantras”, explica.
En sus telas también hay referencias a su preocupación por el medio ambiente, una constante en su obra, como en Flor de algodón, donde unas flores de algodón bordadas con el hilo de la sábana parecen comerse unas rosas rojas. “Quería criticar el elevado consumo de agua que se necesita para convertir el algodón en un pantalón vaquero”, explica, aclarando que las rosas simbolizan el agua.
Detalles de Mercè Rodoreda
La exposición también incluye telas inspiradas en cuentos de Palau i Fabre y una serie de pinturas de pequeño formato sobre cuadrados metálicos que representan fragmentos de obras de teatro de Palau i Fabre en distintos recintos del mundo, desde La Fenice, al Bolshói, la Ópera de París y el San Carlos de Nápoles.
Por otro lado, destaca una serie de pinturas realizadas sobre viejas servilletas de tela que representan escenas de clásicos griegos que inspiraron a Picasso, así como la serie Viatges i Flors –una serie de flores con componentes humanos— inspirada en un libro de relatos de Mercè Rodoreda con el mismo título. “Rodoreda sugería que las flores tienen comportamientos humanos”, explica Finestres apuntando a una de sus creaciones, Flor Bigotuda, en la que una nariz sonándose con un pañuelo asoma del interior de un tulipán. Otra flor sonriente nos muestra una hilera de muelas blancas, mientras otra nos saca la lengua. “Es cierto que mi obra tiene un punto surrealista”, admite. “Aunque a mí lo que me interesa es el mundo de la alquimia, seguir jugando con los materiales que tengo”, concluye.