Recientemente se ha aprobado la denominada ley trans, que simplifica el procedimiento para cambiar de género, al eliminar informes médicos preceptivos y reducir la edad mínima para iniciar el proceso.
Desde hace años, se viene señalando que la gran revolución no viene de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) sino que va de la mano de la biotecnología. La transformación digital tiene unos efectos enormes sobre la manera de producir y relacionarnos, pero la biológica puede incidir directamente en la conformación de nuestros cuerpos y personalidades, alterando aquello que nos define como humanos.
Por ello, hay un consenso generalizado en la necesidad de acompasar las innovaciones biológicas con la conformación de un marco ético que delimite y acompañe su aplicación, todo ello bajo la tutela de los poderes públicos, últimos responsables de atender al interés general.
Una de las muestras más evidentes de este mundo en que nos adentramos es la posibilidad de optar por el género, sometiendo al cuerpo y la psique a mutaciones tan radicales como irreversibles. Unos procesos que, amparados por la administración, requieren de un enorme acompañamiento de expertos clínicos, especialmente en el caso de preadolescentes y adolescentes. Son psiquiatras y psicólogos los que deben determinar si el cambio de género es una opción sustentada y si la persona en cuestión es plenamente consciente de la decisión que pretende adoptar.
Así, corresponde al profesional de la salud explorar concienzudamente al joven, que se encuentra insosteniblemente incómodo con su sexo, para determinar si dicho malestar es consecuencia de su género, o si bien son otros los factores, desórdenes no evidentes en su estructura psíquica o su entorno, los que le generan una profunda desazón. No sea que cambie de género y el malestar persista o, incluso, se agrave.
Legislar y amparar el cambio de género puede ser un progreso para la humanidad. Pero no al estilo progre de Irene Montero. Eliminar la opinión de expertos y reducir la edad mínima, carece del mínimo sentido. Lo realmente progresista es alejarse de posiciones simplistas antes cuestiones complejas. Exactamente lo contrario de lo que ha hecho la ministra. Y se ha quedado tan ufana.