Se han filtrado las propuestas que baraja el Gobierno para incorporar nuevos jueces al Tribunal Constitucional, caras nuevas, perfiles frescos que vengan a sustituir a los fachas de derechas. Los candidatos preferidos de Pedro Sánchez son: Gabriel Rufián, Arnaldo Otegi y Pablo Echenique. Cierto que ninguno de los tres es un magistrado de aquilatada trayectoria, de imponente currículo, pero ese inconveniente se salda fácilmente con un decreto ley, o una reforma exprés, en trámite de urgencia, que cancele el requisito –al fin y al cabo, es un requisito restrictivo, reaccionario, ordenancista— de haber previamente cursado estudios de Derecho para ocupar plaza en el alto tribunal. A Rufián este nuevo cargo le sentaría muy bien, pues desde las filas fascistas se le suele reprochar que desde que prometió que solo estaría en el Congreso 18 meses ya han pasado cinco años. Y a Echenique impartir justicia les gustaría más que a un tonto un lápiz. Dictaminando lo que es legal y lo que no, Otegi y Rufián contribuirían decisivamente, no cabe duda, a “desinflamar” el País Vasco y Cataluña.
Ahora bien, en los cónclaves gubernamentales en los que el presidente mencionó sus candidatos, la ministra de Igualdad, Irene Montero, expuso, con su habitual vehemencia intempestiva (fruto de la intensidad con que vive sus convicciones) que si se nombra a esos tres “machirulos” “heteropatriarcales” se incumple el mandato de la paridad. Por eso habría que colocar en el Constitucional a un par de “personas que menstrúan” –por utilizar esta nueva terminología tan respetuosa con los LGBT, pero, para que nos entendamos, me estoy refiriendo a lo que algunos fachas y demás señoros rancios aún llaman “mujeres”.
Al lector seguro que en seguida le vino a la mente el nombre de Carmen Calvo, que después de rendir tan buenos servicios a la causa progresista está sin un mal ministerio con el que entretenerse y no le haría asco al Tribunal Constitucional. Sucede que sus últimas declaraciones sobre el franquismo, cuya crueldad llegó en los años sesenta al extremo –Carmen Calvo dixit— de extirpar a la mayoría de las mujeres la vesícula para que no recordasen el dolor que les había causado la represión, han sembrado serias dudas sobre su idoneidad para ocupar un cargo de tanta responsabilidad cuando es obvio que lo que le conviene es una temporadita de reposo.
¿Entonces, quién?, se preguntaban los ministros. Alguien sugirió a Laura Borràs, que sin duda saldrá de su próximo juicio por sus trapis totalmente exonerada, ya que no se enriqueció personalmente, conforme a la nueva doctrina impuesta por el PSOE para complacer a ERC –quiero decir: para homologar la ley a la de otros países europeos…—.
Pero sucede que Borràs no sirve de nada, puesto que su partido, Junts pel 3%, no presta sus votos al Gobierno “espanyol”. Así pues: ¡hola, Borràs, adiós, Borràs! ¡Descartada!
Aunque nadie me ha consultado, yo me atrevo a proponer a dos “personas que menstrúan” de acrisoladas convicciones izquierdistas.
La primera, quien fue mi compañera en la redacción del diario Factual, Cristina Fallarás, de cuyo pensamiento ecuánime y talante dialogante y moderado nadie podría dudar. Este nombramiento complacería a los, las y les Podemos, y a los demás nos aportaría honesta diversión.
Para el cargo de presidenta del Tribunal Constitucional sería una iniciativa audaz colocar a Soledad Iparraguirre, alias Anboto, previo indulto, claro está, graciosamente concedido por Pedro Sánchez, y tras unos días de visita a su pueblo, para que se reencuentre con sus raíces y reciba el homenaje de sus vecinos y algún que otro aurresku de bienvenida.
Si bien cuando dirigió ETA fue una asesina despiadada, el tiempo todo lo cura y ahora seguro que es, como Otegi, un hombre de paz. Quiero decir: una mujer de paz. No, quiero decir: un ser que menstrúa de paz.
¡Seguro que presidiendo el alto tribual con la toga puesta (y quizá incorporando a la indumentaria protocolaria una capucha blanca, para recordar tiempos pasados) Anboto no dejaba pasar ni una sola tropelía de los fachas!