Si los dirigentes de la monarquía autocrática de Qatar querían organizar el Mundial de fútbol para lavar su imagen de corrupción y de violación de los derechos humanos, el tiro les ha salido por la culata. Nunca como ahora se había denunciado en la prensa internacional la corrupción que rodeó la concesión del campeonato, ni la esclavitud laboral, ni la falta de respeto de los derechos humanos en el emirato –con el colectivo LGTBI como víctima destacada—, ni el maltrato a las mujeres. Solo ha faltado que en pleno Mundial estallara el ya denominado Qatargate, el escándalo de corrupción en el Parlamento Europeo propiciada por la larga mano de Qatar y por otros países, como Marruecos.
La concesión el 2 de diciembre de 2010 del Mundial a Qatar fue un escándalo en el que se mezclan la corrupción, el tráfico de intereses a través de los lobis, el espionaje de competidores y las intoxicaciones informativas. Una decisión incomprensible para un pequeño país sin tradición futbolística, de 11.500 kilómetros cuadrados (como la región de Murcia, aproximadamente) y 2,9 millones de habitantes, en el que hubo que construir ocho superestadios, separados por escasos kilómetros –entre 13 y 50, como máximo—, y celebrar la competición en invierno interrumpiendo todas las ligas nacionales. En contra de la opinión del entonces presidente de la FIFA, Sepp Blatter, el emirato se impuso a Estados Unidos por 14 votos a 8, después de que el presidente de la UEFA, Michel Platini, que había despreciado en público la candidatura catarí, cambiara su voto y el de otros tres que arrastró en favor de Qatar.
Doce años después, la concesión está siendo aún investigada por las justicias de Estados Unidos, Suiza –sede de la FIFA— y Francia. Según la investigación francesa, abierta en 2019, por “corrupción activa y pasiva, blanqueo de capitales y encubrimiento”, una comida en el palacio del Elíseo el 23 de noviembre de 2010 –nueve días antes de la concesión— fue decisiva. En ella participaron el entonces presidente, Nicolas Sarkozy, el heredero y actual emir de Qatar, Tamim al Thani, y Platini, entre otros. A cambio del apoyo a Qatar, los investigadores creen que el emirato compró seis meses antes el PSG por 64 millones de euros, y se organizaron diversos negocios civiles y militares. En 2007, nada más llegar Sarkozy al Elíseo, Qatar adquirió 80 Airbus. Durante la presidencia de Sarkozy proliferaron los negocios con el emirato, entre ellos la sustitución de 12 viejos aviones Mirage franceses por los modernos Rafale. En 2015, ya con François Hollande de presidente, Qatar compró 24 Rafale por 6.300 millones de euros.
La barbaridad política y urbanística que significaba el Mundial fue asumida por la FIFA y escasamente denunciada hasta que el diario británico The Guardian publicó en septiembre de 2013 que 4.000 trabajadores inmigrantes habían muerto en la construcción de los estadios debido al calor sofocante –50 grados en verano— y a la falta de seguridad laboral. Desde entonces, la cifra de muertos ha sido elevada por algunas fuentes a 6.500, mientras Qatar primero reconocía tres y después ha llegado a admitir “entre 400 y 500”. Sin respeto alguno de los derechos humanos cívicos y laborales, sin salario mínimo –instaurado recientemente, de unos 300 euros mensuales—, los inmigrantes trabajaban bajo un sistema denominado kalafa, que es una especie de esclavitud moderna y que solo fue abolida en 2020, con las obras ya casi terminadas.
Estas irregularidades han intentado ser minimizadas por los integrantes de la trama de corrupción descubierta en el Parlamento Europeo. La vicepresidenta ya destituida, la socialdemócrata griega Eva Kaili – encarcelada en Bruselas junto a su pareja, el asistente parlamentario Francesco Giorgi, y el socialista italiano Pier Antonio Panzeri—, había declarado el 22 de noviembre en la tribuna de la Eurocámara: “El torneo de fútbol de Qatar es un ejemplo concreto de cómo la diplomacia deportiva puede conducir a una transformación histórica de un país cuyas reformas han inspirado al mundo árabe”. Para Kaili, Qatar era un “modelo en derechos laborales” y lamentaba las acusaciones de corrupción contra el emirato. Expulsada ahora del Pasok, Kaili había también criticado las ayudas durante el rescate por la UE de Grecia porque eran “subsidios para vagos”. Para más paradojas, Panzeri dirigía ahora una ONG dedicada a luchar contra la corrupción y la impunidad, y había llegado a encabezar la subcomisión de derechos humanos de la Eurocámara.
A los detenidos se le ha incautado al menos un millón y medio de euros en efectivo, supuestamente por pagos de Qatar para que influyeran en el Parlamento Europeo en favor del emirato. El escándalo significa una conmoción en la UE y confirma, como una punta de iceberg, los rumores constantes sobre la falta de controles y transparencia en la Eurocámara, donde los lobis actúan a su antojo. Pero para que haya corruptos tiene que haber corruptores, y este papel lo representa en este caso y en muchos otros Qatar, el organizador del Mundial más insólito de la historia.