Todo parece indicar que el 31 de diciembre se acaba el mundo. Es la fecha tope para casi todo. En Madrid, con un Sánchez con los presupuestos bajo el brazo, el presidente se afana en que todas las trifulcas parlamentarias se solventen ya. Ley trans, vivienda, mordaza, protección de animales serán tramitadas antes de fin de año. No hay acuerdos aunque si coincidencias sobre que estas trifulcas se acaben ya y no enturbien lo que apunta como buenas noticias económicas: mantenimiento del empleo, inflación a la baja y crecimiento mínimo, pero crecimiento al fin y al cabo. Ya lo quisieran para sí algunos países europeos, Francia y Alemania incluidas. Se quiere que el año empieza rentabilizando las mejoras y con temas sobre la mesa como la regulación de las hipotecas o como hincar el diente a la inflación alimentaria. Una vez que los frutos de la excepción ibérica llegan a los recibos de los ciudadanos, el Gobierno quiere aplicarse en bajar la presión en la cesta de la compra. Consolidar electorados y ponerse en valor, sería la estrategia hasta las municipales, aprovechando que el PP tiene un discurso desdibujado en materia económica. Su predicción de apocalipsis ha sido exagerada, su timo ibérico un fiasco y sus ataques a la figura del fijo discontinuo para decir que las cifras del paro son falsas, una excusa de mal pagador.

En Cataluña se sigue jugando al billar a tres bandas. Y con el mismo objetivo: cerrar todas las carpetas para iniciar una larga campaña sin demasiados lastres. La ley de sedición que ha pasado el corte y ha permitido a PSOE y ERC presentar los frutos del diálogo, es la única carpeta cerrada. Hay mayoría suficiente y acuerdo sobre la definición del nuevo delito de desórdenes agravados, mientras que la derecha se ha puesto estupenda agitando su “se rompe España”. El otro frente madrileño, el jardín de la malversación, tiene incierto resultado. El encaje de bolillos que se prevé para obtener una mayoría suficiente no están cerrados ni de largo. La última carpeta, los presupuestos de la Generalitat, con sus añadidos reivindicativos de competencias y transferencias.

Los presupuestos están todavía en el aire. ERC tiene prisas. Hay avances, como reconocen todas las fuerzas, pero el deseo de Marta Vilalta de que la cosa se cierre esta semana no parece tener visos de realidad. La aproximación con los Comunes es evidente, y Jéssica Albiach se preocupa de explicar cada vez que tiene una oportunidad, y con socialistas y junteros las conversaciones van bien, pero no más. No hay fecha de cierre. En palabras de un socialista “ni de coña”. Conclusión: Aragonés tendrá que sudar la camiseta. Illa tiene voluntad de acuerdo pero todo tendrá un precio. Un ejemplo, la ampliación del aeropuerto. Tampoco en Junts se lo pondrán fácil. Hard Rock Café fue un ejemplo, una foto fija de lo que los antiguos socios de Govern están dispuestos a hacer.

El president no lo tiene fácil, pero no es un imposible. No tengo tan claro que el 31 de diciembre Pere Aragonés se esté comiendo las uvas con los presupuestos en marcha. El acuerdo llegará pero no cuando ERC quiera. Las municipales son una batalla de todos contra todos y todos quieren llegar con fuerzas holgadas el 28 de mayo. De lo que pase en estas elecciones dependerá nuestro más inmediato futuro porque habrá que recordar que al Govern solo lo sostienen 33 diputados. Aragonés tendrá a mano, entonces, el botón nuclear electoral. Por eso, Aragonés quiere cerrar presupuestos cuanto antes, para utilizarlos ya en campaña.