Estamos dejando atrás un otoño que se anunciaba dramático. Todos recordaremos cómo se aseveraba que la inflación desbocada golpearía especialmente a nuestro país y acabaría por hundir una economía española endeudada y sometida a las insensateces de nuestros gobernantes. Sin embargo, nos adentramos en invierno con una realidad distinta.
Así, en semanas recientes hemos recibido algunas buenas noticias: somos el país europeo con menor inflación, de los pocos cuyo PIB sigue creciendo y de los que más empleo vienen generando. A su vez, los inversores continúan confiando en la deuda española, pese a la nuevas directrices del Banco Central Europeo.
A ello añadamos la excelente evolución de las exportaciones que, alcanzando un máximo histórico, muestran la competitividad de nuestro tejido empresarial. Sin duda, caben lecturas menos optimistas, pero resulta indiscutible que nos hallamos en un escenario francamente mejor del que se anunciaba, especialmente si comparamos nuestra evolución con la de los socios comunitarios.
El descalabro económico no se ha producido ni, tampoco, la explosión de malestar ciudadano que razonablemente se temía; a una sociedad maltrecha y fatigada sólo le faltaba enfrentarse de repente con un alza de precios descontrolada.
Llevado por esta lectura positiva, incluso la eliminación de la selección española por la marroquí nos ha brindado una imagen excelente: la numerosa afición de Marruecos celebrando con toda normalidad y sin el menor incidente su pase a cuartos de final. A la vista de lo sucedido en otros países europeos, en que las victorias marroquíes generaron altercados, temíamos que se reprodujeran dichos desórdenes, pero no ha sido así.
A mi optimismo también ayuda el que no sigo el día a día de la vida parlamentaria. Les recomiendo que hagan lo mismo.