Con la debacle de FTX ha explosionado la extraordinaria burbuja de las criptomonedas. Estamos ante el hundimiento de un coloso financiero, que llegó a estar valorado en 30.000 millones de dólares, y que ha dejado más de un millón de damnificados, que lo tendrán más que difícil para recuperar parte de su inversión.
Un nuevo episodio de esas euforias que, bajo diversas formas, se han ido repitiendo a lo largo de la historia, todas ellas con un denominador común: el soportarse en la singular e inalterable condición humana. Un buen momento para recordar el encuentro de esta pasada primavera en el pabellón olímpico de Badalona.
Entonces, convocados por IM Academy, organización orientada a las criptomonedas e inversión especulativa, miles de jóvenes abarrotaron el pabellón en un clima de euforia extraordinaria, convencidos que les esperaba un enriquecimiento inmediato. Desde una mínima sensatez, se percibía que aquello no tenía sustento alguno y que, inevitablemente, acabaría fatal.
Más allá de las sofisticadas argumentaciones que pretendían legitimar la carrera especulativa, el sentido común señalaba que estábamos ante un nuevo frenesí financiero, que finalizaría como todos los previos que se han ido sucediendo desde hace siglos.
A su vez, se percibía que estábamos ante una nueva disfunción de esta globalización tan imperfecta: la ausencia de poderes públicos con capacidad para regular lo que se sabía que acabaría de manera dramática, llevándose por delante los ahorros de millones de personas, especialmente jóvenes y adolescentes.
Y, finalmente, escuchando a los asistentes al encuentro de Badalona, la sensación era que ellos no inventaban nada, que se limitaban a emular los comportamientos de los grandes hombres de negocios en una sociedad que sitúa el dinero en su epicentro: la especulación a corto plazo para enriquecerse. Y lo que nos queda por ver en los próximos años.