Tenemos tema, por lo menos hasta fin de año. Diseccionar la sedición y sus consecuencias da para mucho. Además, se da la clásica paradoja de que polos opuestos de la política española coinciden en corear las supuestas maldades, traiciones o inconveniencias de los cambios legislativos apuntados por el Gobierno de Pedro Sánchez. Vox, Junts, la CUP, el PP y sus habituales grupos mediáticos de soporte están empeñados en vendernos futuros imperfectos. Viendo el cariz que toman las cosas, me reafirmo en la idea de que a este país le falta una buena dosis de sentido común y le sobra milenarismo. Le sobra el populismo antipolítico que destila Carles Puigdemont desde Waterloo; le sobra el ayusismo en vena que se inyecta Núñez Feijóo cada vez que ha de tomar decisiones. ¿Y qué le falta a Cataluña, me preguntarán ustedes? Pues al Govern de Pere Aragonès le falta tomar conciencia de que con 33 diputados no se llega a Ítaca; a Oriol Junqueras, interiorizar que el verdadero patriotismo consiste en procurar lo mejor para tus conciudadanos. Y eso, a efectos prácticos, pasa por aprobar con diligencia los presupuestos de aquí y de allá. Ya no hay tiempo para más dilaciones. La zozobra del independentismo –sus peleas intestinas— ni puede ni debe llevarse por delante los intereses de todo un país.
Los catalanes estamos escarmentados. Nos vendieron un eufemismo llamado derecho a decidir y todo se complicó. Nos aseguraron un camino de rosas hacia la perfección, con el beneplácito y el reconocimiento de la comunidad internacional, y este jamás llegó. Nos garantizaron que el Estado se arrugaría ante el tremolar de las banderas al viento y aterrizó el 155. Nos dijeron muchas cosas y se equivocaron. Y, a pesar de aquel conjunto de premisas falsas, aún hay políticos que miran hacia atrás con orgullo incapaces de pedir perdón por el desaguisado que organizaron. No son conscientes de que su tropa, su sujeto histórico usando terminología marxista, ya no está preparada para la unilateralidad; tampoco las multitudes procesistas, parafraseando a Toni Negri y Michael Hardt, están dispuestas a una revolución de las sonrisas que hoy provocaría carcajadas.
Urge regresar al sentido práctico de la acción política. Combatir la inflación, garantizar el poder adquisitivo de los ciudadanos, reforzar las políticas sociales y trabajar por el diálogo y la concordia deviene fundamental. Ante la actual situación ambiental, económica y social, algunos políticos han creído que echar mano de las emociones les es más rentable electoralmente que ofrecer un programa político riguroso y solvente. Craso error, confunden el ruido mediático con los niveles de aprobación, entre la ciudadanía, de su gestión. Lo cuentan las encuestas y lo ha certificado recientemente el CEO. El ciudadano, harto de tanta parafernalia simbólica y trifulca cainita, se decanta por actores políticos que hacen bandera del diálogo y el entendimiento. Prefieren un discurso ponderado y equilibrado a otro estridente o descalificador. Quizás por eso Salvador Illa y el PSC salen reforzados en los últimos sondeos, ERC resiste como pago a su pragmatismo, Yolanda Díaz cae bien, Junts se desliza hacia los márgenes y Ciudadanos se extingue. En el ámbito municipal barcelonés, ante el postureo exagerado de Ada Colau y la falta de frescura de Ernest Maragall, Jaume Collboni da muestras de un equilibrio vertebrado sobre principios sólidos, pero ajeno al ideologismo de sus competidores. Cuando se adivinan tiempos difíciles y complicados el populismo gana terreno, pero, por fortuna, el equilibrio también se cotiza al alza. Primer round, en mayo.