Al hablar de la nueva frontera de la política española, Íñigo Errejón dice que ya no se trata del eje izquierda/derecha, sino de arriba/abajo. Pues ni una cosa ni la otra; el juego consiste en aceptar o rechazar la institucionalidad del Estado, su Constitución y el sufragio universal.
Estamos de lleno en una disrupción que desvirtúa el orden legislativo. Núñez Feijóo incumple la ley de bases española al oponerse factualmente a la renovación de la Justicia, lo mismo que hizo Trump en EEUU al no reconocer el resultado de las elecciones ganadas por el Partido Demócrata y lo que está haciendo el perdedor Bolsonaro en Brasil al recluirse en un silencio que no preludia nada bueno; sus partidarios bloquean el gran aeropuerto de Guarulhos (Sao Paulo). Y es lo mismo que hizo el independentismo catalán al negar el Estado de derecho y clausurar a los que no aceptaron la DUI, en 2017.
Los dos ejemplos citados –Feijóo y los indepes— descienden por el primer tobogán hacia el mar de los sargazos. ERC cuenta con un posible clavo ardiente: aprobar hoy los Prepuestos Generales del Estado y apoyar a su corolario, las cuentas de la Generalitat para 2023. Si el president Aragonès quiere mantener a la Generalitat dentro del equilibrio territorial del Estado, solo tiene una salida: pactar el Presupuesto con el PSC, sin dejarse convencer por los cantos de Circe de Colau, firmante en el Consistorio municipal de Barcelona, junto a ERC y Junts, del reciente Acuerdo social por la amnistía y la autodeterminación de Cataluña, un túnel al que apenas se añade un poco de luz con la enmienda comunera de intensificar el diálogo para reformar el decimonónico Código Penal.
Nuestra madame de Pompadour ve perdidas las municipales y se prepara para ocupar el primer rango de la política catalana envolviéndose en la bandera. La ambigüedad de los comuns es un desafío a la razón. ¿Dónde tienen la mano izquierda los camaradas?
El bolsonarismo y el trumpismo están destrozando los fundamentos del pensamiento conservador riguroso. En España, el populismo duro empuja a Díaz Ayuso y desatasca la ambivalencia de Moreno Bonilla, los dirigentes que han forzado el no de Feijóo al pacto en el CGPJ; pero la insumisión constitucional es un cadáver. El líder del PP, la dama de Puerta del Sol y el galán de San Telmo van en el segundo tobogán sin advertir que su hipérbole les conduce al precipicio.
No hay derechas ni izquierdas que valgan; en Brasil ha ganado Lula por el miedo al hambre, la deriva autoritaria y los estragos de la pandemia. La partida se juega entre la eficacia del Estado y la voracidad evangelista de la extrema derecha; este dilema ya ha decantado, a favor de la democracia, a países americanos, como Argentina, Chile, Colombia, Perú, México y ahora a Brasil. El presidente Joe Biden felicitó la noche del domingo al ganador brasileño; es de esperar que Lula sea capaz de devolver la credibilidad a un país sin visibilidad en la ONU ni peso en el G-20.
El tercer tobogán es el origen de todos los males; en él va instalado el populismo autoritario integrado por líderes que no revalidan mandato en las segundas elecciones, aunque dejan tras de sí antagonismos irreparables: Trump y Bolsonaro.
En Cataluña el mal ya está hecho. Un estudio del ICPS, creado por la Universidad Autónoma y la Diputación, revela que desde el 2012 se dispararon las emociones negativas y la aversión a la política. El instituto resume que el procés dañó la convivencia. Fue el caso de estupidez y soberbia montadas en el cuarto tobogán.