La señora Anna Gabriel, la exdiputada y militante de la CUP, ha vuelto a casa. En su voluntad de cambiar de aires después de una estancia relajada y placentera en el extranjero, Suiza en concreto, volvió aupada en el calor de multitudes con un claque incondicionalmente acrítico y arengada a participar este pasado 22 de octubre en un acto organizado por el Comitè de Solidaritat en Sallent.
Lo del cambio de aires, algo que a todos nos han recomendado alguna vez en la vida cuando las cosas no acaban de salirnos bien, la señora Gabriel lo ha rebautizado --usando la frivolidad pasmosa con la que nos tienen ya muy acostumbrados algunos personajes protagonistas del descarriado procés-- de exilio.
En lugar de reconocer que ha sido durante estos años una turista con ganas de conocer mundo se ha otorgado la etiqueta de represaliada como si sus conciudadanos fuéramos tan idiotas o ignorantes que no supiéramos que el delito que se le asignaba ya en el 2017 (desobediencia) comportaba exclusivamente una inhabilitación de tres a doce meses y, por lo tanto, que el riesgo que corría por su participación en ese otoño lamentable era el que era. Nunca se dictó orden de búsqueda y captura contra ella.
En Sallent, la señora Gabriel, en un intento de conciliar discrepancias en esta marisma enlodada en que se está convirtiendo la pugna cainita por la pureza independentista, reclamaba con convencimiento: “Que no nos confronten entre represaliados”.
Vamos a ser serios. Sigue siendo una vergüenza que esta señora se otorgue la etiqueta de represaliada cuando sabemos y ha quedado demostrado, tras declarar a su vuelta en el Supremo, que su viaje a Suiza para pasar una temporada de asueto fue claramente una voluntad de protagonismo político tendencioso. La señora Gabriel se fue a Suiza porque le dio la gana. Nadie la perseguía, ni ningún juez “español” vengador ni vengativo quería meterla en prisión.
Vivimos en una realidad mundial que está sufriendo ahora mismo, y en algunos países desde hace ya muchos años, auténticas represiones: Irán y el abuso inmoral a las mujeres, la India, la guerra de Ucrania, los muertos en Chad tras una manifestación, etcétera. Las personas que están padeciendo esas realidades injustas y desastrosas son auténticas represaliadas. Ellos son los auténticos mártires. A ver si lo entienden de una vez y dejan de mentir y banalizar el concepto de represión en el marco de una sociedad, la española, con una democracia, con defectos como lo son todas las democracias, plena y consolidada.
Llevamos ya demasiados años en Cataluña, y también en el resto de España, siendo testigos de la banalización de términos como fascismo, represaliados o exilio. Recordemos como, los que no hemos estado a favor del procés y defendíamos la imperfecta democracia española, hemos sido tildados de fascistas. ¡Este debe ser el país de Europa que más fascistas tiene en su haber!
Hay unas lecciones que te quedan claras desde pequeñita. Ya en primaria aprendes que las leyes para que tengan virtualidad y se puedan aplicar, en todos los países del mundo, siempre conllevan una sanción a quien las incumple.
Señora Gabriel, usted fue (presuntamente) desobediente y en cualquier estado democrático la aplicación de la ley obliga al legislador a prever una sanción, porque una ley sin sanción es una recomendación y las recomendaciones, esas sí, señora Gabriel, te las puedes saltar sin mayores consecuencias.
Los aplausos acríticos de su claca la semana pasada le redondearán el ego a la exdiputada rebelde, pero evidencian una masa sin criterio de seguidores que dice muy poco de la sensatez y objetividad que se debería presuponer a nuestros conciudadanos.
Cada vez lo veo más claro: o soy muy ingenua o ya no entiendo nada.