Resulta insuficiente la postura de la clase dirigente cuando Jaume Guardiola, presidente del Cercle d’Economia, dice que “hemos perdido muchas oportunidades” sin señalar a los responsables; y tampoco es suficiente que el PSC vaya por delante en los sondeos del CEO, pero sin superar al bloque soberanista. Los socialistas abrazan su rol de símbolo del mañana por pura sociología electoral, pero no entran en el barro del gran debate por temor al soplo nacional de la mayoría.

La bandera del 78 no es inocua. El 78 es el origen de la democracia y de la división de poderes (por mal que estos funcionen) y, desde luego, está muy claro que es el PSC quien lidera la defensa de la Carta Magna en Cataluña. Pues que lo diga alto, que ocupe la causa constitucionalista de la que presumen PP, Ciudadanos y lamentablemente Vox, el partido-pirámide, a cuyos dirigentes el exvicepresidente de la formación Juan Lara llama “mentirosos, trileros, tahúres y disimuladores”. Los constitucionalistas de boquilla desarrollan una praxis fraccional que los desnuda ante la ciudadanía.

ERC se lanza a gobernar en solitario sin mirar atrás. El partido republicano está dotado de memoria semántica, pero ha perdido la memoria episódica, que consagró al nacionalismo en su momento. La mano derecha de Pere Aragonès no sabe lo que acaba de hacer su mano izquierda. Piensa que su contrincante es el PSC; lo puentea para negociar en la mesa con el Gobierno de Sánchez, como hacía CiU en sus mejores años, sentándose en la Moncloa, sin tener en cuenta al socialismo catalán de la época.

El eje Aragonès-Sánchez se abre camino ante la inminente aprobación de los Presupuestos del Estado para 2023 y el paquete de medidas de impacto social presentado en Bruselas por Nadia Calviño, vicepresidenta y llave de bóveda del prestigio español ante la Comisión. Pero por más reforzada que salga de Madrid, Esquerra no dejará de ser un partido que, en Cataluña, gobierna en minoría en un momento en que el 80% de los españoles (CIS) se muestran partidarios de una mayor centralización fiscal del Estado.

Esquerra corre peligro también en el consistorio de Barcelona ante la proximidad de las elecciones municipales, después de la gestión errática de Colau, que ha perdido su referencia en el mapa de las grandes urbes europeas. El candidato de ERC, Ernest Maragall, está lejos de ser la solución. El horizonte de los sondeos recae sobre las espaldas del teniente de alcalde socialista, Jaume Collboni, aunque está por ver si la inteligencia mostrada por el candidato, a lo largo de su senda, se forja en un liderazgo digno del cargo.

La batalla política en Cataluña interacciona con la española por el bajísimo perfil del voto puramente españolista. El catalan power del núcleo economía-política-cultura emparenta este voto (PP, Ciudadanos y Vox) con la Cataluña nostálgica de Montpensier, aquel príncipe de Orleans, oriundo de Puy-de-Dome y con palacio en Sevilla, que participó en el complot contra Prim para frenar la monarquía constitucional española de Amadeo de Saboya.

La herencia de Saboya avanza sin suficiente confianza a causa del casi imposible pacto transversal ERC-PSC, con Oriol Junqueras esperando todavía el último aliento pactista de Junts. Mientras se lo piensan, debajo de los adoquines y los belvederes, los herederos de la conspiración de Orleans diseñan un futuro magro para la comunidad autónoma. Es la pugna entre la democrática Saboya y la autocrática Orleans; son dos Cataluñas frente a frente. No hay sitio para otra, bajo el cielo de Europa.