Basta con echarse Cataluña a la espalda y ponerse el mundo por montera para rozar un leñazo; y este es el caso de la empresa de laboratorios Grifols, que atraviesa un cambio en su gestión en el que se adivina la potencia del mundo financiero sobre la propiedad familiar, de vocación industrial. Tras el fallecimiento en 2015 de Victor Grifols Lucas, le sucedió en la cima Victor Grifols Roura, forjador del actual holding al que, a su vez, le siguió Víctor Grifols Deu -cuarta generación- tocado por la fiebre del “somos imparables”.
La empresa había salido a bolsa en 2006 y efectuó diversas apelaciones al mercado de capitales, donde ahora vive la penitencia insalubre de una crisis global. Sus empleados protestan, convocan huelgas y muestran altas dosis de absentismo.
Los hemoderivados catalanes entran en barrena. Ellos han inventado el trasvase de plasma con anticuerpos del virus a pacientes enfermos de coronavirus, sin olvidar que el pionero Grifols Roig combatía la tuberculosis a base de transfusiones. Grifols es una multinacional química de laboratorio impecable y contabilidad oscura. La empresa colabora en EEUU con la agencia del medicamento, FDA, y cotiza en Wall Street. Las batas blancas de sus laboratorios valen lo suyo; pero el grupo, después de rozar el cielo, ha empezado a caerse financieramente. La saga Grifols controla todavía cerca del 30% del accionariado del gigante farma, cuya valoración se sitúa en torno a 10.000 millones de euros.
Al hablar de Grifols, el músculo químico exhibe calidad y propiedad. Su experiencia tiene pares que han sabido mantener estos dos principios a toda costa; son los casos de Uriach, Esteve o Ferrer Internacional. Los Grifols persiguen la semilla de las grandes marcas de posguerra, como el Grupo Andreu, fundada por Salvador Andreu, o Andrómaco, de Fernando Rubió i Tudurí, un químico de Instituto Pasteur y felpudo catalán; en sus mejores años, Rubió fichó al joven Jordi Pujol, médico licenciado, antes de que este último iniciara su carrera política en CDC y financiera, en Banca Catalana.
La excelencia de los laboratorios ha sido siempre la llave de su secreto; el sector vive en el alambre de la mezcla imposible entre la invención científica y la inversión disponible. Los químicos, que liquidaron la revolución del vapor gracias a la producción en masa de ácido sulfúrico, han sido siempre reacios a la sociedad anónima. Y todavía hoy siguen siendo contrarios a cotizar en bolsa, con la excepción de los Gallardo (Almirall) y de Grifols, en horas bajas, con una caída de la cotización del 50%.
Desde la segunda generación, la saga Grifols bautiza a sus primogénitos con el patronímico de Víctor, siguiendo una tradición de los linajes industriales, como de Güell (Colonia Güell), llamando Eusebios a los vizcondes o los Carceller (Damm), conducidos hoy por Demetrio III, nieto del primer Demetrio, ministro de Franco, e hijo del segundo Demetrio, puro emprendedor. Empresa y política componen un damero catalán complejo, sesgado por el pujolismo a lo largo de las últimas décadas. En los años del procés, la cercanía entre los Grifols y el ex president Artur Mas mostró la propensión al abismo de industriales y políticos de la que habló Vicens Vives en el conocido opúsculo homónimo del gran historiador.
Laboratorios Grifols atraviesa ahora la reconversión absoluta de su gestión. El accionariado familiar disperso (hijos-hermanos- sobrinos- nietos-primos) está sumergido en un protocolo, mientras la empresa está siendo gestionada por profesionales. Steven Mayer, ex directivo de Cerberus, -vocal del consejo de administración de la química desde 2011- desarrolla las funciones ejecutivas de la presidencia. El grupo registra una deuda de 6.500 millones de euros y negocia nuevas entradas en su capital rozando el bono basura, según la calificación de S&P.
La pandemia ha partido por la mitad a los laboratorios catalanes. Los ganadores empujan, pero otros, como Grifols, afrontan un Titanic, el naufragio del que solo pueden salir airosos si acaban con el cortoplacismo de los fondos de inversión y la ineficiencia de su propio lastre familiar.