La fuerza del plebiscito nubla la mente. ERC pone en primer plano la represión del Estado español; lo dicen Oriol Junqueras y Raül Romeva como si tal cosa, es decir, según ellos, vivimos bajo un régimen dictatorial. “Algunos cargos del PSC se alegraron de nuestra condena a prisión”, destacan, y claro, en estas condiciones, del socialismo no esperan “nada”. Sin embargo, sí que esperan algo de los socialistas desde el momento en que, en el ámbito estatal, Esquerra ha prometido que no será beligerante con los Presupuestos del Estado 2023 elaborados por Pedro Sánchez y Unidas Podemos. Para avanzar gradualmente, Aragonès se rodea de cuadros de orígenes diversos con ganas de mandar, pero mientras trata de salvar los muebles, los ideólogos profundos de su partido agudizan las contradicciones.

Aragonès mantiene en alto la vía reformista para ganar tiempo y curar las heridas; el president explicita así su tensión latente con Oriol Junqueras. Y eso provoca el enfado de la élite socialista con Quim Nadal, ex-PSC, exalcalde de Girona y comentarista futbolero en la tribuna de Montilivi, un hombre que acepta encantado pertenecer al nuevo Govern republicano. Los liberales, por su parte, no entienden tampoco que Campuzano, un racionalista de la ex-Convergencia y ex-PDECat, se deje llevar por los cantos de Circe; desde la izquierda oblicua emergen Gemma Ubasart y Manel Balcells, exconsejero del tripartito de Montilla. El resto variopinto de los fichajes de Aragonès entran convencidos en un directorio voluble.

El nuevo Govern aguantará hasta mayo, el mes de las municipales. Junqueras y Romeva cuentan con ello; piensan como Azaña, cuando decía que el Museo del Prado era más importante que la II República. Buscan el fondo; ellos dos dirigirán la nave hacia un nuevo caladero de esencias nacionales, como lo hace Vox, en el lado de la españolidad racial, mezclando homenajes ahítos a Primo de Rivera con los mensajes de Tamara Falcó, la dulce intransigencia. Los indepes llegaron hace años para quedarse, como Fratelli d’Italia en Roma, que debe su reciente éxito al hecho de que Meloni se haya mantenido en solitario hasta el último momento, algo que tratará de imitar sin traza Laura Borràs, la presidenta de Junts.

Los dirigentes nacionalpopulistas, implantados en el vientre de la fiera, defienden a Cataluña de un apocalipsis; han abrazado la gran sustitución, como si el país fuera una Moldavia o una Galitzia polaca, dispuestas a liberarse del Imperio Austrohúngaro. Pero no estamos en Centro Europa en los años 30; Cataluña es una región mediterránea abierta y forma parte de un Estado vertebrado en la UE, el gran experimento democrático de nuestro tiempo.

“Cataluña y los catalanes corren el peligro de desaparecer”. Este era el paradigma de Jordi Pujol para aferrarse a la lengua, que es una cosa seria más allá de los desvaríos nacionalistas. Ahora se impone la hipérbole: la desaparición de Cataluña depende de la represión de España, el Estado democrático de la Constitución del 78. ¡Por favor! En el libro El temps esquerp Raimon Obiols propone cultivar la imaginación para evitar la decepción, como un mal que amenaza a la política; resume este mal en 12 puntos, que van desde la guerra, el cambio climático y el auge de la extrema derecha. El que fuera primer secretario del PSC reflexiona desde la distancia que le da haberse alejado de la acción política. Parte de una bifurcación: “Teníamos dos caminos para escoger, la excelencia o la identidad y el nacionalismo escogió la identidad”.

El independentismo actual es el desborde de aquel amplio cauce, inoculando a los ciudadanos el miedo a la extinción como pueblo. Nadal y el resto de nuevos consejeros se meten en la caverna del resentimiento; ellos sabrán; puede que esgriman elocuencia, pero faltan a la verdad. Son los fichajes amortizados de Aragonès.