Junts per Catalunya ha firmado su propia sentencia. Si alguien se pensaba que en esta consulta interna se dirimía la permanencia o no en el Ejecutivo de Pere Aragonès estaba muy equivocado. La consulta era para dirimir quién controlaba el partido, qué línea se imponía en un movimiento que tiene un líder carismático y una presidenta que ha impuesto su impronta. Ha ganado la opción de salir del Gobierno autonómico y abrir un nuevo melón en la política catalana de inciertas consecuencias.
ERC se hace con el control total de la Generalitat por primera vez a siete meses de las elecciones municipales. Lo hace con 33 diputados y en solitario. Para alcanzar mayorías, Aragonès tendrá que hacer un complejo juego de geometría variable, donde además de los números juega la estrategia electoral. También las relaciones personales, y con Junts están muy deterioradas.
Los vencedores en Junts, Borràs y Puigdemont, marcarán la línea argumental de la estrategia de oposición del partido en el Parlament, pero ya desde el viernes saben que deben afrontar un momento de vértigo sin poder en las instituciones. Quizá por fin consigamos saber en qué consiste esa táctica de desestabilización permanente y esa estrategia de confrontación con el Estado. No descarten un golpe de efecto cuando el partido se rehaga porque la herida interna es importante. Primera incógnita: el poder municipal del PDECat asumirá la derrota o no la acatará presentando listas diferenciadas. Y segunda: ¿los vencedores se acercarán a la ANC para formar listas alternativas al PDECat? Ambas situaciones son negativas porque sería tanto como no ser la primera fuerza en número de alcaldías desde que Pujol ocupó la Generalitat.
Los derrotados están en el rincón de pensar. Turull también porque queda debilitado. ¿Implosionará Junts? Las heridas están muy abiertas. En la rueda de prensa tanto Borràs como Turull hablaron de unidad, una palabra que empieza a estar maldita en el independentismo. Los próximos movimientos serán importantes. El primero, por ejemplo, si Xavier Trias en este nuevo escenario confirma su candidatura por Barcelona.
La convivencia entre ambos grupos era imposible desde el principio. Ahora se antoja inaguantable. Jordi Sànchez fue la primera víctima. Se atrevió a cuestionar al líder todopoderoso y cayó. Turull intentó un encaje de bolillos y como no lo conseguía pasó la pelota a la militancia, haciendo dejación de sus responsabilidades. Ahora la militancia ha decidido y la ruptura del partido es evidente. Fueron un matrimonio de conveniencia. ¿Lo seguirán siendo? Ambos valorarán pros y contras. Han puesto en marcha el contemporizador. ¿Detonará?
El PSC se ha puesto a esperar. Illa no tiene, ni la quiere, ninguna prisa. Saben los socialistas que cualquier situación pasa por sus manos. Se descarta entrar en el Gobierno, pero se tiende la mano para evitar una convocatoria electoral y, en consecuencia, más inestabilidad. El presidente Sánchez ya lo dejó caer el viernes. Pero el apoyo socialista no será gratuito y contendrá peajes. Uno, la gestión de la enseñanza del catalán y el castellano. Los socialistas consideran que Cambray no ha cumplido con los acuerdos. Salvador Illa está tranquilo en lo político y preocupado en lo económico, por lo que apostará por la estabilidad. Y se la cobrará para consolidar una alternativa socialista.
Los comunes consideran que se abre una ventana de oportunidad para recuperar la iniciativa y ampliar su base más allá del área metropolitana de Barcelona. En este escenario, ERC tendría una mayoría suficiente, pero abriría un flanco dialéctico. Serían acusados de gobernar en un tripartito dejando la independencia en segundo plano. Sin duda, una ecuación de difícil respuesta.
El independentismo es la víctima propiciatoria de sus propios errores. ERC, CUP, Junts y lo que surja decapitarán un movimiento que lo fue todo. La ruptura se produce porque las lecturas del 1-O son diferentes, sino antagónicas. La CUP está como desaparecida, no especialmente activa. Su situación interna es compleja y prefieren activar el control de daños esperando ganar más estando a la sombra que bajo los focos. La batalla municipal no es un mal terreno de juego para los anticapitalistas. ERC tiene su hoja de ruta clara y se ha decidido poner toda la carne en el asador. Ha leído que el 1-O fue una derrota y quiere marcar una nueva agenda para alcanzar la independencia, y mientras tanto hacerse fuerte en el autogobierno, porque están convencidos que gobernar bien es un elemento básico para “ampliar la base”, el mantra de Oriol Junqueras. Eso sí, los republicanos no estarán exentos de tensiones internas. Muchos militantes tiemblan porque les llamen botiflers, porque los hiperventilados deciden quiénes son buenos catalanes y quiénes no, quiénes son buenos patriotas y quiénes no, quiénes quieren la independencia y quiénes no. Esos militantes se sienten aludidos por un perenne, hasta ahora, síndrome de sumisión.
Junts está en su réquiem porque a nadie en su sano juicio se le puede ocurrir que hiperventilados y pragmáticos sigan juntos. Si lo hacen será un puro postureo para salvar los muebles, pero está claro que su futuro tiene las piernas muy cortas. Junts, de juntos solo tiene el nombre y la consulta ha hecho realidad esa entelequia “unitaria”. A Puigdemont se le está pasando el arroz y todavía no se ha dado cuenta. Su espacio electoral cada día está más fragmentado lo que le pone cuesta arriba recuperar el liderazgo del movimiento secesionista. Está escribiendo su crónica de una muerte anunciada. La consulta, vuelvo al principio, es la sentencia.