Los españoles en general y los catalanes en particular necesitan, además de mensajes ilusionantes, que no les tomen el pelo desde las instituciones y más concretamente lo que se llama los políticos. No se trata de una cuestión de garantizar la seguridad jurídica o la gobernanza con sentido común; más bien es cosa de abandonar la política de las ocurrencias como norma y la improvisación electoralista de vuelo gallináceo. Solo falta que nos digan que no se consuman los españolazos polvorones de Estepa (Sevilla) porque vienen de Siberia. El caos de las cosas cotidianas y el empeño eufemístico en no llamarlas por su nombre, lleva a asentar la idea de que nada funciona como debería y cada día que pasa se entienda menos lo que ocurre.
Ya se fue el verano y llegó un otoño que se anuncia más caliente que en años anteriores, al menos climáticamente hablando. No estamos para muchas jerigonzas. Si no cambian muchas cosas, acabará entonándose aquello que vanamente se susurraba, más que cantar, en tiempos del Caudillo: “Ya se fue el verano, ya vino el invierno y dentro de poco caerá el gobierno, que tururururú que tururururú…”. Una tonada popular que tuvo hasta una versión de los Quilapayún con Víctor Jara a mediados de los sesenta. Avanzamos de patochada en patochada y aniversario en aniversario. Se pasó la Diada embutida en camisetas negras y un peligroso discurso anti partidos que podría recordar aquella infausta marcha sobre Roma de Mussolini de hace un siglo, máxime ahora en que Italia puede ser el más aquilatado exponente de ese fantasma de la ultraderecha que recorre Europa. Ahora toca conmemorar la espantada de las empresas de Cataluña en vísperas del referéndum del 1 de octubre. Ya veremos en unos días cómo se conmemora ese acontecimiento.
Con el Govern hecho unos zorros, mientras Junts hace como que deshoja la margarita: me voy, me quedo, ERC sacó a Oriol Junqueras como el Cid en modo de excitación incendiaria contra todo: sus socios de coalición y, por supuesto, el opresor Estado español. Llama la atención el hecho de que los independistas no hablen nunca del “Estado catalán”. Hay palabras que son tabú: el Estado es un término que no figura habitualmente en su lenguaje, donde prevalece el pueblo o la nación catalana. Tampoco lo usaba ETA ni en sus peores tiempos, empeñada en su idea de movimiento vasco de liberación nacional (Aznar dixit). No habla de ello tampoco ERC, más cercana a un nacionalismo pretendidamente de una izquierda que nunca fue, con porciones de izquierdismo indecorosamente adherido al zapato. Parafraseando a Lenin, podríamos concluir que el independentismo es la enfermedad infantil del nacionalismo: tan ilusorio como inoperante.
Eso puede explicar esa escapada a Nueva York del president, Pere Aragonès, para asistir a la semana del clima. Podríamos creer que era para promocionar la ratafía, dado el alcance mediático de la visita. Pero no: ahora se trata de asentar el pragmatismo y su apuesta por la sostenibilidad porque es lo que vende. Y quizá por ello se reunió con el sociólogo Richard Sennett, tal vez para que le explicase su teoría del pragmatismo que defiende hace años, porque cuesta creer que haya sido un ávido lector de su obra. Asimismo, es dudoso que interrogase al prestigioso profesor de la London School por su idea de que “la clase política se está degradando progresivamente. Cuanto menos capaces son quienes se meten en política, más egoístas y narcisistas son”.
Nada de eso. Su viaje ha servido para hacer gala de su apuesta por la sostenibilidad y lucha contra la emergencia climática, al tiempo que anunciar la creación de una empresa energética, aunque Cataluña se demore en el despliegue de energías renovables y no se haya instalado ni un solo aerogenerador desde hace más de cuatro años. En realidad, algo así como una comunidad de vecinos como recordaba ayer María Jesús Cañizares. Por poco que le agrade, tanto a él como sus amigos comunes, la nuclear sigue aportando más de la mitad de la energía consumida en Cataluña. El lenguaje ecologista se le pegado a ERC como uno de los factores más apreciables de aproximación y competencia con los comunes puesto de manifiesto en casos como la ampliación del aeropuerto o la ofensiva contra los cruceros, por no hacerlo extensivo al turismo en cualquiera de sus manifestaciones. ¡A ver quién es más verde! Un acercamiento tan evidente que puede dejar al PSC en una posición incómoda, cuando menos.
Para expresarlo mejor, ahí están las recientes declaraciones de Ernest Maragall reclamando la “soberanía alimentaria” y “energética”. Lo segundo ya vemos en que se queda tras lo expuesto por el President; lo primero apunta más al modo de producción de los alimentos y su origen, nada que ver con la inseguridad alimentaria ni, mucho menos, con una maceta con tomates nativos en la terraza o el balcón de casa.
Tal vez la aproximación más clara de ERC a la tradición de la izquierda antifranquista española y catalana, a partir de aquello de conquistar “zonas de libertad”, se resume en la idea de ocupar “zonas de poder”. Lejos de la idea podemita de “asaltar el cielo”, el objetivo es aquí mucho más prosaico y realista: “asaltar el poder” en cualquiera de sus manifestaciones, sean colegios profesionales, sindicatos o instituciones de todo tipo para ejercer presión y llegar antes a Ítaca. Todo vale en defensa del pueblo supuestamente elegido para construir la “nación catalana”. ¡Todo por el pueblo!