El intocable Gerard Piqué regresó de Roma, Liverpool, Turín y Lisboa (el 8 a 2) diciendo “hemos tenido un mal día”, pero ahora lo está pagando, porque “perder reiteradamente tiene un precio”, en palabras de Laporta. El Barça de Messi empezó a caerse en 2015, el año del segundo triplete, cuando Xavi se retiró del tiqui-taca antes de tiempo y harto de los mandarines del vestuario. Pues bien, ahora, ha vuelto Xavi como entrenador y ha puesto a Piqué en su sitio: el banquillo. El central busca una quimera; pastorea por las plazas off shore de Andorra, Delaware o Malta, la isla de aquella estatuita de diamantes perdida en un naufragio que inspiró la novela El halcón maltés de Dashiell Hammett, llevada al cine por John Huston.
¿Qué es Piqué? ¿Empresario, futbolista, cabeza de un gran hólding de la industria audiovisual, gestor morganático del patrimonio de su exesposa Shakira? El curso pasado, organizó el pelotazo de la Supercopa de España, en Arabia Saudí, a través de su empresa, Kosmos Global Holding, con un balance de 24 millones pa la saca del defensa; un caso de incompatibilidad flagrante, convertido en asunto menor, gracias al contrato de patrocinio de Rakuten con el Barça (50 millones al año), conseguido por Piqué en 2017. No olvidemos que Hiroshi Mikitani, el dueño de Rakuten, participó aquel mismo año en la fundación de Kosmos.
En un toma y daca con el club, el central compró su titularidad y vendió su silencio, cuando Antoine Griezmann, jugador del Atlético de Madrid, rechazó la primera oferta del Barça y la empresa de Piqué Kosmos Studios (filial de la Holding) filmó un minidocumental con la negativa del jugador francés. El Barça no supo oficialmente la respuesta negativa de Griezmann hasta ver las imágenes, que Piqué conocía y se calló. El reportaje puso al descubierto que el Barça había negociado con un futbolista mientras este todavía pertenecía a otro club, algo que la FIFA considera una práctica antirreglamentaria. El melifluo Josep Maria Bartomeu, representante de fingers y marqués de Entrambasaguas –ni sí, ni no—, hizo entonces la vista gorda ante la deshonestidad de su jugador y el asunto no llegó a la Comisión de Transparencia de la entidad blaugrana.
La empresa de Piqué se ramifica en otras dos actividades: Tenis Kosmos, organizadora de la nueva Copa Davis, y Kosmos Fútbol, dedicada a la compra o gestión de equipos de fútbol, la firma con la que Piqué adquirió el FC Andorra. Este hombre es un témpano. No ha sentido especial pena por la ausencia de Messi, un examigo del alma. Su código moral despista y su amor por el dinero es un hecho constatado, aunque diga “tengo tanta pasta que podría pasar el resto de mi vida tumbado en el sofá”. Pero, por si acaso, ha añadido a su fortuna el pellizquito vergonzante de 142 millones del contrato que le firmó de rodillas el pobre Bartomeu en 2018.
Piqué es el central lento de las goleadas recibidas en Champions y no le llega a Puyol, su maestro, ni a la suela del zapato. Eso sí, el hombre se anuncia rutilante y sin complejos: “Me gusta ser exitoso en todo lo que hago”, dice en su canal de Twitch, ante medio millón de visualizaciones. No sabe todavía que la presencia está por debajo de la ciencia. Se comporta como los protagonistas del citado halcón de Hammett; hace como el que no quiere la cosa, que no le interesa la estatuilla de diamantes.
Es humano y patético; un duro fatalista revoloteando sobre la tangente que separa el interés de la virtud. Se ha movido sabiamente en la dieta aristocrática del fútbol, corrompida por dentro. Quiso ser un pastelito ilustrado del horno soberanista, pero ya no engaña a nadie; ofrece agasajos a sus colegas con tal de no apartarse de la marca Barça, campeona del patrocinio, el auténtico y único tesoro maltés de esta historia.