De Jordi Pujol se podrán decir muchas cosas, y casi ninguna buena, pero hay que reconocer que no le gusta improvisar, que prefiere tenerlo todo preparado al detalle. Lo del ictus, por ejemplo, ha servido para que los medios de comunicación redactaran su obituario. Él no tenía intención alguna de morirse, y eso en alguien acostumbrado como Pujol a hacer siempre lo que le viene en gana, significaba que no iba a morirse, tuvo el ictus para recordarnos que igual algún día le da por ahí, y más vale que tengamos unas palabras preparadas, así como un buen funeral. Al ver por TV, desde el sofá de su casa, las imágenes de la pompa y boato con que en Inglaterra despiden a Isabel II, quiso asegurarse de que, a su muerte, en Cataluña superaríamos a los ingleses, y que si allí los súbditos hacen cola de más de 30 horas para despedirse de su reina, los catalanes deberán hacerla por lo menos de 40 para decirle adiós a Pujol, que también será paseado, ya fiambre, por toda la geografía catalana, qué menos. El ictus ha puesto en marcha no solo redacciones de periódicos, también toda la maquinara protocolaria de la Generalitat. Ha sido una forma de decirnos a todos: pst, no os durmáis, que cualquier día nos toca a nosotros y hemos de estar a la altura. Pujol es así.
No hay prisa, por supuesto. Pujol es de los que abandonan este valle de lágrimas cuando les apetece, no antes. Que el ictus le haya venido bien para sus propósitos no significa que se lo haya provocado, aunque si fuera necesario, lo haría, menudo es Pujol para esas cosas. A él lo que le preocupa es que a su muerte se recuerden sus problemas con la justicia y con los dineros en Andorra, estos ensayos generales en forma de ictus sirven para ir puliendo detalles, no sea que a algún periodista neófito se le ocurriese incluir estos borrones en el obituario. El obituario de Pujol -estos días en las redacciones de todos los medios se ha estado repasando- debe destacar su sentido de estado, su catalanismo inveterado y su resistencia al franquismo mediante el método de lanzar unas octavillas un día en el Liceo. Si es necesario, puede adornarse además con su cristianismo, su barcelonismo -del Barça, no de Barcelona- y su amor al excursionismo. Y ya está. En fecha tan dolorosa, nadie deberá ni siquiera mencionar sus evasiones fiscales ni los tejemanejes de sus hijos, que Pujol es mucho Pujol y capaz sería de levantarse de la tumba para pronunciar una vez más la frase que ha dejado para a posteridad.
-Avui això no toca.
En cuanto estuvo seguro de que sus subordinados --es decir, los medios de comunicación y los políticos actuales-- tomaron buena nota de que más les vale estar preparados por si un día se levanta de buena mañana con ganas de morirse, Pujol ordenó que le dieran el alta hospitalaria y se fue a casa, con la satisfacción del deber cumplido. Desde allí seguirá la evolución del funeral de su homóloga británica, tomando buena nota --a mano y con letra diminuta, he ahí un detalle bonito para añadir a un obituario y darle sensación de cercanía-- de todos los pormenores, que los ingleses para esas ceremonias son los amos.
- ¿Cómo? ¿500 jefes de estado? ¿En Westminster? Ahora mismo llamo al chico este, Aragonés, ordenando que a mi funeral vengan por lo menos 600, me da igual dónde haya que ir a buscarlos. Y que se haga en Montserrat, que se vea que en Cataluña también tenemos abadías.
-President, si quiere que venga también el emérito, deberá darse prisa, no parece que el hombre esté ya para muchos trotes.
-Si no está el emérito, que lo sustituya Urdangarín, que es un poco catalán y siempre me ha caído bien.
No, Pujol no es de los que improvisan, ahí está el ictus para demostrarlo.