Aunque a mi edad hay pocas cosas que me sorprendan (y casi siempre para mal), reconozco que ando asaz pasmado ante la sobreactuación política y mediática de los españoles ante la muerte de la reina Isabel II de Inglaterra. Los diarios de papel le han dedicado páginas y más páginas al asunto, mientras los canales de televisión han hecho lo propio con imágenes. En principio, que una anciana de 96 años fallezca plácidamente mientras duerme no me parece una noticia bomba. Si la anciana en cuestión es la soberana de un país ex europeo, entiendo que en dicho país se arme un cierto gorigori ante su fallecimiento, sobre todo si se ha tirado 70 años en el trono, batiendo ampliamente el record establecido en su momento por la reina Victoria, y si ese país es un antiguo imperio al que solo le quedan la pompa, la circunstancia y James Bond (en cuanto encuentren a un actor que sustituya al dimisionario Daniel Craig). Pero que se arme este cirio en España escapa bastante a mi comprensión. Yo diría que, con un mensaje de condolencia a cargo de nuestro propio jefe de estado, íbamos que chutábamos. Y tampoco tengo la impresión de que Inglaterra sea lo que se conoce como un país amigo. Nunca nos hemos llevado muy bien y arrastramos un contencioso por el peñón de Gibraltar –esa especie de protectorado usualmente presidido por un andaluz que se hace pasar por inglés- desde tiempo inmemorial. Así pues, un mensaje de pésame y adiós muy buenas. Y al funeral de la reina y la coronación de su sucesor, Carlos III, que acuda Felipe VI, que para algo es primo segundo del Orejas, un hombre cuyo principal logro es ponerse a trabajar cuando todos los de su quinta llevan años jubilados.
Creo que la muestra más ridícula de sobreactuación la ha protagonizado Isabel Díaz Ayuso con sus tres días de luto oficial en la comunidad de Madrid, sobre cuyo edificio se proyecta, creo, la Union Jack. A estos del PP no hay quien los entienda. Primero, le dedican una calle a Margaret Thatcher, sin consultárselo a los Sex Pistols y a todos aquellos británicos que la consideraban una vieja bruja. Y ahora, por motivos que se me escapan, se marcan tres días de luto que concluyen mañana domingo. Dudo mucho que cuando la palme el Emérito, se celebren ni tres horas de luto en Londres (juraría que hasta en España nos pondremos a silbar y a mirar hacia otro lado). ¿A qué viene ese gesto absurdo? No lo entiendo, como no sea una manera de desviar la atención de la portada del último número de la revista Hola, en la que aparece la reina Letizia con un look a lo Morticia Addams que está suscitando abundantes memes en las redes sociales.
De repente, los españoles nos hemos dado cuenta de lo importante que ha sido en nuestras vidas Isabel II. Y, mientras en Inglaterra se inventan que era una mujer simpatiquísima dotada de un gran sentido del humor (aunque yo solo recuerdo a una vieja altanera que solo se vio obligada a dárselas de humana cuando su nuera, la pesada de Lady Di, estuvo a punto de llevarse la monarquía por delante), aquí todo el mundo hace como que está pasando un mal trago. Hasta en el inefable programa del aparato de agitación y propaganda procesista Mes 3/24 se organizó el jueves por la noche una tertulia en la que todos los participantes, que son de natural cebolludo y no le pasan ni una a los borbones, se declararon rendidos admiradores de la difunta. Y no acabó ahí la cosa, pues a los pésames internacionales se sumaron los de Pere Aragonès y Carles Puigdemont, el presidente de una región española y un fugitivo de la justicia que se muere de asco en Flandes, que no deben sonarle a nadie en el palacio de Buckingham (los catalanes siempre encontramos nuevas maneras de exhibir nuestro hecho diferencial, aunque sea haciendo el ridículo).
No quisiera olvidarme tampoco, en torno a este tema de la sobreactuación, de los republicanos de red social, que no han dejado pasar la ocasión de poner de vuelta y media a la difunta y recordarle el repugnante colonialismo de su país a lo largo de la Historia. Es otro tipo de sobreactuación, pero también me parece lamentable, sobre todo por lo que tiene de grosería y mala educación. Ni tanto ni tan calvo. No hace falta ciscarse en una soberana que acaba de diñarla, pero tampoco es necesario consagrarle tres días de luto oficial en un país que no es el suyo ni obligar a sus deudos a recibir mensajes de condolencia de políticos irrelevantes que no conocen y a los que, nunca mejor dicho, nunca se les ha dado vela en este entierro.
Como les decía al principio, hay ya pocas cosas que me sorprendan, pero reconozco que el espectáculo multimedia que estamos montando con la muerte de Isabel II me ha sumido en un pasmo notable.