Confieso que al principio no entendía cómo era posible eso de imponer sanciones a Rusia y padecerlas yo. Cuanto más dura se ponía la UE (y Estados Unidos) contra Moscú, más me costaba a mí llegar a final de mes a causa de la subida de precios, y encima me advertían de que es probable que este invierno no tenga gas para calentar la casa, así que me va a tocar pasar frío. Qué culpa tengo yo de las andanzas de Putin, me preguntaba cada día frente al espejo. Hasta que por fin di con la explicación, la única posible: soy ruso. Y yo, sin saberlo hasta ahora.
Sólo reconociéndome como ruso, he logrado aceptar lo que antes era una sinrazón: que las sanciones contra Rusia me afectaran personalmente. Como ruso, lo entiendo y me resigno. No es algo que me suceda solo a mí. Desde que se le impusieron a Rusia las primeras sanciones, se nos empezó a poner a todos más cara de rusos cada día. Y a cada nuevo paquete de sanciones, más rusos somos. España es un país de rusos, incluso creo que toda Europa es un continente de rusos, o sea que nada de quejarse porque nos afectan las sanciones económicas. Nos toca apechugar con ellas y callar. Por rusos.
Nunca lo había sospechado hasta ahora. Es cierto que me gusta la ensaladilla y que no le hago ascos a un buen vodka, pero no imaginaba que esos gustos --tan generalizados por otra parte-- fueran indicios de mi rusialidad. De acuerdo, guardo en casa un gorro de astracán, pero fue un regalo, ni siquiera lo pedí. De no haber sido por lo mal que lo paso con las sanciones a los rusos, jamás habría sospechado que yo era uno de ellos. Una vez aceptado eso, si hay que apretarse el cinturón porque así ha decidido la UE castigarnos, me lo apretaré, qué remedio. Igual gracias a ello este invierno no pasaré frío aunque nos falte el gas, que los rusos estamos hechos a las bajas temperaturas.
Hasta dar con la explicación, se me hacía extraño que castigar a Putin supusiera hacernos sufrir a los pobres europeos occidentales una crisis de las que no se recordaban, y esperen, que no ha hecho más que empezar. Por aquel entonces yo todavía ignoraba que era ruso, así que encontraba absurdo sancionar a un país para acabar pagando nosotros las consecuencias.
Una vez aceptada mi nueva nacionalidad, la vida se me ha hecho mucho más sencilla. ¿Que la gasolina alcanza los dos euros el litro? En lugar de maldecir a nuestros gobernantes, como hasta ahora, me muestro comprensivo, porque soy ruso y me lo merezco. ¿Que la cesta de la compra se ha disparado y ha aumentado un 30%? Pues claro, cómo no va a subir si soy más ruso que Dostoievski y debo purgar mis culpas. ¿Que la electricidad está por las nubes? Por supuesto, porque soy ruso y debería vivir a oscuras, así aprenderé. Y así en todos los ámbitos, porque en todos somos castigados, nosotros los rusos.
Al parecer, algunos países andan un poco escamados con esas puniciones tan curiosas que afectan sobre todo a quienes las imponen (bien, no exactamente a quienes las imponen, que eso lo decidieron los gobernantes europeos y no creo que las padezcan ellos, sino los sufridos ciudadanos). Su problema es que todavía desconocen que son rusos, por eso no entienden por qué motivo han de padecer las consecuencias del castigo. Yo les aconsejo que se sientan rusos, como yo, verán como así aceptan el suplicio y la vida se les hace más llevadera.
Probablemente en Rusia ni se hayan enterado de las sanciones y sigan con su vida como siempre. Eso es porque, además de vivir muy lejos, allí no son rusos. Los rusos somos nosotros, que somos los perjudicados. Lo que yo les diga, tovarich.