El recomendable libro Invulnerables e invertebrados, de Lola López Mondéjar, recoge una extraordinaria cita de Blaise Pascal: "He descubierto que toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: el no saber quedarse tranquilos en una habitación".
Si al intelectual francés del siglo XVII ya se le tenía por atinado en su momento, ni que decir de su acierto a la vista de este atribulado siglo XXI. Andamos todos de aquí para allá sin parar y, en no pocas ocasiones, sin saber hacia dónde. Resulta especialmente preocupante en el caso de nuestras élites pues de ellas esperamos que, desde su posición privilegiada, puedan explicarnos de qué va este complejo y convulso mundo. Sin embargo, lo que recibimos es su movimiento incesante, que no les permite ir más allá de la inmediatez.
Uno se pregunta cuándo nuestros líderes políticos se detienen a pensar, enfrascados en un constante ir y venir. Así, se pasan el día recibiendo a unos y otros, visitando todo lo visitable y dispuestos a presidir cualquier acto que les garantice presencia mediática. Ello me lleva a recordar a Felipe González. De él se decía que no salía de la Moncloa y que dedicaba sus buenas horas al cuidado de los bonsáis. Curiosamente, es el político más reconocido y el que mejor supo interpretar el momento. Seguramente, tenía tiempo para pensar.
Lo mismo acontece en las cúpulas de las corporaciones empresariales. Un exagerado sin parar, arriba y abajo, sin pausa para el reposo y la reflexión serena. Como muestra de ello, desde hace ya tiempo, van desapareciendo los empresarios capaces de moverse en las ideas generales; sus intervenciones públicas se limitan a una retahíla de cifras con que vender el buen hacer de su compañía.
Y esa actividad compulsiva también afecta a nuestra intelectualidad. Tal es el incomprensible descrédito de las humanidades, que nuestros pensadores se deben a mil y una colaboraciones para llegar a fin de mes, privándoles del tiempo y la serenidad para desarrollar sus ideas. Además, cuando alguno elabora una reflexión sugerente y sustentada, tampoco tiene mayor trascendencia. Nadie le hace caso. Ni políticos ni empresarios pueden perder el tiempo.