Cada vez que un socialista (histórico) defiende la inocencia de José Antonio Griñán en el caso ERE muere un gatito. O dos. Hasta tres, en ocasiones. Al tiempo se constata, como ocurrió con el indulto en favor de los condenados del procés, la concepción aérea, relativista y fanáticamente posmoderna –elijan ustedes el adjetivo que más les guste– que tiene el PSOE sobre la Justicia, que o es social o termina no siendo nada. El Tribunal Supremo ha confirmado la pena de prisión para uno de los dos históricos expresidentes de Andalucía, condenado por delitos demostrados de prevaricación y malversación. Ambos, cada uno en un momento temporal distinto, alcanzaron a presidir la Ejecutiva de Ferraz. La noticia debería haber provocado vergüenza en la cúspide de un partido que llegó al poder prometiendo "cien años de honradez". Transcurrido el tiempo, señor de los días, ha confirmado lo que dejara dicho en un instante mítico Tierno Galván: “Las promesas, en política, se hacen para no cumplirlas”.
La condena de Chaves y Griñán, circunstancia que en la prensa de Madrid y Barcelona tiende a olvidarse, afecta a otros reos: hasta 15 personas en total, altos cargos de los sucesivos gobiernos socialistas en el Sur, forman la cordada de galeotes cuyas decisiones, lesivas para el erario público, supusieron un desfalco millonario. De todo este dinero defraudado, que se destinó a distribuir ayudas (ilegales) que alimentaron un fondo clientelar donde abrevaron un centenar de insignes empresas mercantiles, probos intermediarios (patronales y sindicales) y tiernos prejubilados (de oro), junto a las siempre desprendidas aseguradoras, no se ha recuperado ni un mísero 4%. La Junta, desde que saltó el escándalo, descubierto al azar gracias a la grabación de una mordida empresarial, no ha hecho absolutamente nada por reintegrarlo. Ni antes, ni ahora.
No movieron un dedo los dos gobiernos de Susana Díaz, que no presentaron ante el tribunal de la causa política, cuyo desenlace son las sonoras condenas de Chaves, Griñán y demás implicados, ninguna reclamación por perjuicio económico; tampoco el Ejecutivo de PP y Cs, al que ha sucedido otro en solitario –con mayoría absolutísima– de Moreno Bonilla. No es una sensación. Se trata de una certeza: ni a los socialistas ni a los populares, éstos últimos personados como acusación popular en las distintas causas de la trama, les interesa reintegrar ante los contribuyentes lo afanado. Saltan a la vista los motivos (obvios) de los primeros; en el caso de los segundos, el desinterés comienza hace tres años y medio, coincidiendo con la llegada de la derecha al Palacio de San Telmo, sede del autogobierno andaluz.
El juicio celebrado en 2019 en la Audiencia de Sevilla, que es el que ratifica el Supremo, describe el funcionamiento de una sucia red de intereses socialistas en Andalucía que fue partidista sin dejar de ser –maravillas de la condición meridional– ecuménica al mismo tiempo. También evidenció, dada la actitud posterior de PSOE y PP, el sepelio del interés general en la política española, ese extraño unicornio blanco. El episodio, igual que un terremoto, tiene réplicas. Los juicios de cada una de las subvenciones (fraudulentas) en unos casos van prescribiendo; en otros han sido ya archivados por razones formales, no porque el fondo de reptiles –y los reptiles– no existieran, y, en muchos, la Fiscalía se ha quedado como defensora solitaria de la res publica, dado que la Junta (antes con el PSOE, últimamente con el PP) evita alegar contra el desestimiento de los fraudes. Sólo cuatro del centenar largo de sumarios abiertos han sido juzgados en firme. Empezaron siendo 180. En estos momentos sobreviven 130 piezas judiciales.
Es justo en este contexto en el que, agotada la última instancia, la vieja guardia del PSOE, con Felipe González y Zapatero a la cabeza, exige a la Moncloa un indulto que se formula sin que medie arrepentimiento, contrición, ni unas disculpas. Ninguno de los condenados, que en términos jurídicos son delincuentes, admite la verdad de las cosas, a pesar de que no van perder su patrimonio ni verán mermado su bolsillo particular, cosa que no rige para los contribuyentes. Pierden únicamente una honorabilidad que han demostrado no poseer. No parece un quebranto insoportable, salvo que uno se tenga en tan alta (auto)estima que crea que su honor (más bien feudal) vale más que la factura oficial del caso: 680 millones de euros.
Salta a la vista: el Deep PSOE, por usar los mismos términos de los nacionalistas, con los que los socialistas, especialmente el ministro Iceta, suele ser tan comprensivo, está planteándole a Sánchez un pulso sobre la mesa del mismísimo Consejo de Ministros. La vaina podría formularse así: ¿si el presidente del Gobierno indultó a los ejecutores del procés cómo no va a hacerlo con quienes le antecedieron en la cúspide del PSOE? ¿Cómo va a dejar que Griñán corra la misma suerte que Rodrigo Rato o Bárcenas y viva su crepúsculo existencial dentro de una cárcel? Hay una tercera cuestión cuya enunciación es tácita, pero explica muy bien el trasfondo de toda la cuestión: ¿no merecen los socialistas “honrados” un trato diferencial por los servicios prestados?
La respuesta, por supuesto, es negativa, aunque cabe la posibilidad de que el PSOE se indulte a sí mismo, burlándose del trabajo y el designio de la Justicia. De acontecer, la democracia (siquiera la formal) habrá muerto en España. Conceder un perdón arbitrario es una decisión legal, pero supone un alto coste político. No es en absoluto un asunto menor, a pesar de la facilidad con la que se excarceló a los cráneos privilegiados del desafío independentista en Cataluña. ¿Está dispuesto a pagarlo Pedro Sánchez precisamente en este momento, a 10 meses escasos de la elecciones locales y municipales?
Si algo ha demostrado el 19J, fecha de las autonómicas en Andalucía, es que el deterioro del Insomne de la Moncloa no es un hecho pasajero, sino duradero y de difícil reversabilidad. Igual que la inflación. Esta cuestión puede derivar perfectamente en un remake del enfrentamiento mortal entre un sanchismo carente de principios y los postreros patriarcas de Suresnes, a los que tampoco sobran los valores. Sánchez ganó hace un lustro, gracias al apoyo de los militantes de base, la madre de todas las batallas contra el aparato del PSOE. Entonces no era nadie –apenas un muñeco descabalgado del poder– y fue eso, su pequeñez, junto a su conversión en mártir y su entronización en el trono de Ferraz, el comienzo de esta era. Nadie sabe cómo será la venidera, pero una cosa es segura: el tren del sanchismo ya no asciende; desciende. Cabe pensar que al PSOE pueda ocurrirle exactamente lo mismo que a la Vieja Guardia en Buenos Aires cuando Astor Piazzola instauró el Nuevo Tango y convirtió en reliquias nostálgicas sus eternas milongas.