Esta semana, dominada mediáticamente por la lejana tragedia de Ucrania o la cercana indignidad de Laura Borras, leía una noticia que me parece de lo más relevante del momento: una tercera parte de las familias españolas no pueden irse de vacaciones, ni tan siquiera unos días, por falta de recursos económicos.
La noticia me impactó, pues resulta difícil de creer que uno de cada tres ciudadanos no pueda permitirse un mínimo descanso fuera de su domicilio. Además, si la media española se sitúa en ese treinta y tres por cien, resulta que en las zonas más desfavorecidas será la práctica totalidad de sus residentes los que no podrán salir de sus barrios. Sin embargo, dándole vueltas se ve que no había motivo para la sorpresa. El dato es coherente con muchos otros que conocemos de hace tiempo: cerca de la mitad de las familias tiene algunas dificultades para llegar a fin de mes, o una tercera parte de los menores de 16 años se halla en riesgo de exclusión.
El no poder ir de vacaciones golpea especialmente a los niños. Es difícil de concebir que, en una sociedad avanzada, millones de menores no puedan pasar una semana en el campo o la playa. Resulta muy desesperanzador tener que recurrir a ese admirable entramado de entidades sociales que se vuelcan en las colonias de verano, para que una parte de esos menores puedan romper con su rutina en barrios marginales.
Así las cosas, andamos todos preocupados por el otoño que se nos acerca amenazante cuando resulta que en un otoño permanente ya vienen viviendo más de una tercera parte de los ciudadanos. Y, lo peor, no se ve por dónde pueden transitar a una mejor estación.