No es oportuno meterse donde no te llaman. Y tampoco hace uno un buen papel atribuyéndose competencias que no tiene. Es lo que suele llamarse “meterse en camisa de once varas” o bien “estirar más la mano que la manga”. Puede producirse un efecto chocante de pretenciosidad exagerada y hasta un punto ridícula. Así es cuando el Ayuntamiento de Barcelona o el Parlamento de Cataluña emiten solemnes comunicados de condena a la guerra de Ucrania o la deforestación de la Amazonía u otros asuntos en los que no tienen ni arte ni parte ni se les ha preguntado su opinión ni tienen ninguna autoridad que les respalde. Son ganas de figurar.
O también cuando la presidenta de la Comunidad de Madrid anuncia que la región sobre la que manda incumplirá las normas del Gobierno sobre ahorro energético porque, a su juicio, apagar las luces de los comercios por la noche “provoca oscuridad, pobreza y tristeza”.
Su opinión no se la había pedido nadie, no es tarea suya fiscalizar al Gobierno y sobre este asunto lo único que tiene que hacer la presidenta regional es acatar la ley estatal, que emana de un rango superior. Isabel Díaz Ayuso es lo que popularmente se llama “una bocazas”.
Como es lógico, el presidente del Gobierno ha reaccionado, sin dar nombres, lamentando que algunos adopten posiciones “egoístas” e “insolidarias”, y otras voces gubernamentales han lanzado la advertencia de que las leyes están para cumplirse. Lo cual es pura tautología y muy razonable, especialmente cuando esas disposiciones se ocupan de asuntos tan graves y amenazadores como la carestía energética. Modular las medidas, o perfeccionarlas, puede, naturalmente, ser tema de debate en el Congreso o el Senado, que para eso están, o entre las direcciones de los distintos partidos.
Algunos observadores apresurados se han precipitado al pedir la aplicación del artículo 155, o sea la suspensión de la Autonomía de Madrid. Son sueños húmedos de aquellos que no tragan con la chulería bocazas de la señora presidenta.
Pero no es preciso ni conveniente un 155 por un tuit desafiante, por mucho que a algunos les encantaría verse liberados de la presencia molesta de IDA. Es innecesario matar moscas a cañonazos, más aún cuando el vicepresidente madrileño ya ha matizado la impertinencia insurreccional de la alta dama.
Tan desagradable como la misma declaración de intenciones desobedientes y su empeño en ser la salsa en todos los guisos ha sido la celeridad con que se ha emitido y difundido: la rapidez con que se monta en España la bronca y el mal rollo, y se enturbia y amarga la vida pública, contribuye al descrédito del estamento político. Particularmente la actitud tan desabrochada de la señora Ayuso, siempre belicosa contra el Gobierno y siempre desentendida del bien común, no contribuye a aumentar la estima del conjunto de España por su región capital.
Algo me dice que el porvenir de la señora presidenta no diferirá mucho del que sus predecesoras.