“Al pedagogo y al gorrión, perdigón”. Este podría ser para muchos docentes su lema habida cuenta de la dinámica en que está sumido el sistema educativo español. La legislación del sector ha ido dando saltos con decretos y órdenes consecutivas. Desde la Ley Moyano de 1857 (en 1902 se creó el Ministerio de Educación con el conde de Romanones como ministro) hasta 1970 con la Ley General de Educación promovida por el ministro Villar Palasí, catedrático de Derecho Administrativo, quien llevó a cabo la adaptación del sistema educativo a las nuevas condiciones económicas y sociales modernas en la España del tardofranquismo.
Era una ley franquista que la oposición clandestina de entonces no podía avalar, pero con el tiempo se ha reconocido su modernidad en muchos aspectos. Extendió la educación obligatoria con la EGB hasta los 14 años, reformó el Bachillerato, de seis años y dos revalidas, y la Selectividad al tiempo que se construían nuevas escuelas e Institutos de Bachillerato y FP, dando un fuerte impulso a la enseñanza pública. Se ampliaron las plazas de profesor de EGB y de catedráticos y agregados de Enseñanza Media y una nueva generación de docentes, no vinculados al aparato del Movimiento, ocupó las plazas en los centros educativos con una mentalidad y formación más profesional y, por tanto, adecuada a los nuevos conocimientos científicos.
Las aulas se abrieron para dar a conocer los temarios donde predominaban materias como Biología, Física, Química, Matemáticas, Literatura Universal y Española, Historia y Geografía de España y Universal, Filosofía o los textos clásicos griegos y latinos. Igualmente, se inició opción de Formación Profesional que, al principio, solo fue una alternativa al Bachillerato al término de la EGB, pero que con el tiempo ha crecido en prestigio y eficacia. Si antes el Bachillerato era una enseñanza reducida para determinados sectores sociales este se expandió de forma geométrica y de ahí se incorporarían a las universidades, que también aumentarían en toda la geografía española (en 1965 existían 17 universidades públicas, mientras que en 2015 llegaban a 50, y a 82 incluyendo las privadas).
Villar Palasí contó, como no podía ser de otra forma, con la Iglesia que detentaba la hegemonía en la enseñanza privada y subvencionada no universitaria, principalmente en las ciudades, además de su control de parcelas públicas de la sociedad española que ejercía desde el triunfo de la Guerra Civil del bando franquista. De ahí que cuando fue nombrado ministro de Educación, en abril de 1968, incorporara al mismo a María de los Ángeles Galino, religiosa teresiana que había alcanzado la cátedra de Historia de la Pedagogía en 1953 en la Universidad de Madrid, proveniente de los sectores eclesiásticos moderados que se vincularon al Concilio Vaticano II.
Se fue gestando una lucha interuniversitaria entre profesores de filosofía y los incipientes pedagogos, que al principio nacieron en la propia especialidad de Filosofía de las entonces Facultades de Filosofía y Letras. Galino ya había desempeñado la dirección de la Escuela Nacional del Profesorado (1962-1966) y Villar la nombró directora general de Enseñanza Media y Profesional.
Fue ese el momento en que se produjo la expansión de la Pedagogía, que se extendería por las Universidades con la creación de Facultades con distintos departamentos y materias (Didáctica, Historia del Pensamiento Pedagógico, Educación Comparada, Modelos de Orientación, Legislación Escolar…). Se consideraba que era imprescindible dar pautas a los profesores que se incorporaban al sistema educativo y reflexionar sobre los modelos que podían aplicarse. Incluso Historia de la Pedagogía no fue una especialidad de las Facultades de Historia sino de la nueva carrera. Nacieron, también, los Institutos de Ciencias de la Educación (ICE), que no siempre estuvieron controlados por pedagogos o similares, dependiendo de cada Universidad. En el de la Universidad de Valencia, por ejemplo, en 1976, recalaron Manuel Sanchis Guarner, filólogo, y Josep Iborra, profesor de Filosofía y lingüista (que establecieron los niveles básicos del valenciano), junto a otros profesores, no pedagogos, que estimularon las prácticas didácticas de las distintas asignaturas, partiendo de sus especialidades en los Institutos. Y así nacieron grupos como el O de Matemáticas o Germanía de Historia, sin intervención de ningún pedagogo. Eran profesores de Enseñanza Media preocupados por trasmitir de la mejor manera posible sus materias a sus alumnos de Bachillerato o EGB, en base a sus experiencias.
Desde los años 80 hasta la actualidad, la Educación española tuvo distintas leyes y se ensayaron varios modelos educativos, como las Comprehensive School inglesas, con el objetivo de que todos los alumnos alcanzaran un estándar de conocimientos y aptitudes básicas. También pretendían estimular la creatividad y el grado de mayor felicidad para que los estudiantes no sufrieran. Empezaron los experimentos didácticos que en unos casos venían avalados por los departamentos de Pedagogía con tal de penetrar entre los docentes, y en otros por los propios profesores.
Se conformó un paradigma en que lo fundamental era el método de enseñanza más que los conocimientos a impartir. Había pedagogos que decían que ellos no sabían matemáticas, pero podían enseñarlas, al tiempo que adquirían fuerza administrativa en el sistema educativo conformando los másteres para acceder a las plazas públicas de docentes, y también intentaban penetrar en el sistema universitario con resultados distintos: los ingenieros, físicos, químicos, biólogos o juristas pasaban de los “objetivos operativos”, mientras los estudios humanísticos eran un poco más sensibles a los programas didácticos con la taxonomías de Bloom y otras jergas.
Todo ello generó una reacción en contra entre los docentes de todos los niveles. Muchos consideraron que lo básico era que los alumnos adquirieran los conocimientos de las asignaturas, sabiendo que ello comportaba un sacrificio, a veces duro, de aprendizaje que los estudiantes tenían que interiorizar y aceptar.
Así, se ha publicado una literatura que reclamaba menos pedagogía y más conocimientos concretos. Si el profesor sabe bien su asignatura importa poco que no tenga conocimientos pedagógicos, al final sus discípulos aprenderán. En esta línea cabe reflexionar con el profesor de música Alberto Royo Breviario anti pedagogísta (2022) y del mismo autor Contra la nueva Educación (2016) con prólogo de Muñoz Molina; J. Sánchez Tortosa El culto pedagógico. Crítica del populismo educativo (2018); Alicia Delibes, La gran estafa. El secuestro del sentido común en educación (2006). Del matemático R. Moreno Castillo Panfleto antipedagógico (2006) y el que más ediciones ha tenido: La conjura de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza (2016) con prólogo de Arcadi Espada: “La pedagogía es un lenguaje sin contenido, una jerga, y no una ciencia” (p.19).
Todo ello ha creado un clímax, pero el poder de los pedagogos sigue estando vigente en la Administración educativa, en el Estado y Comunidades Autónomas, gracias a socialistas como Alfredo Pérez Rubalcaba y Álvaro Marchesi, que controlaron el Ministerio de Educación, o en las leyes educativas del PP, que en esto no existen grandes diferencias. Tal vez a más pedagogía menos ciencia.