Laura Borràs es el último obstáculo serio que les queda a los dirigentes de Junts para reconvertir este partido sin rumbo en una nueva Convergència, donde la independencia será un desiderátum emocional que no impedirá, sin embargo, hacer política pragmática y convencional. La presidenta del Parlament no se lo pondrá fácil. De momento, amenazada de destitución en cuanto el TSJC fije la fecha del juicio oral por su caso de presunta corrupción, Borràs pretende desobedecer al TC aceptando la delegación de voto de Lluís Puig, residente en Bélgica para evitar a la justicia española. Para la parroquia independentista es muy diferente dejar el cargo por un abuso de poder que por una inhabilitación patriótica por defender lo que ya se sabe que no puede ser.

Según la modificación del reglamento aprobado a bombo y platillo por los grupos independentistas no hace tanto, su presidencia es insostenible en cuanto se siente en el banquillo por una acusación de corrupción. Por muchas vueltas que le dé Borràs, el sentido del reglamento es cristalino y la resolución de un eventual procedimiento por desobediencia al TC por la aceptación del voto de Puig no llegará a tiempo para convertirla en mártir a toda prisa. Más bien va camino de pasar a la historia como la primera presidenta de la cámara catalana substituida por un delito de prevaricación, fraude, falsedad documental y malversación por un caso de su etapa como dirigente de la Institució de les Lletres Catalanes. Poca gloria hay en ello.

La dignidad del Parlament está en juego, pero su previsible destitución, que dejará secuelas entre los socios del gobierno Aragonès, tendrá efectos relevantes en otra casilla del tablero independentista, en Junts. Junts viene dando tumbos ideológicos y estratégicos desde hace años, sin embargo, en su último congreso empezó a tomar cuerpo una refundación, dirigida por el secretario general, Jordi Turull, un experimentado fontanero desde los gloriosos días de CDC. Ciertamente, para superar el congreso sin mayores contratiempos, Turull aceptó el pacto con Borràs, concediéndole la presidencia del partido y, de paso, dándole una lección de cómo se manejan las organizaciones políticas ante los congresos. Las votaciones dejaron claro quién mandaba en el partido y no es precisamente Borràs.

De todas maneras, la presidenta de Junts está ahí porque mantiene una intensa presencia política gracias a su condición de presidenta del Parlament. De perder esta plataforma institucional por motivos penales, su posición de partido también empeorará y, de insistir Borràs en su increíble alegación de ser víctima de represión política, su credibilidad se resentirá. Por eso busca la vía de la inhabilitación por desobediencia, un supuesto mucho más acorde con sus aspiraciones de ocupar plaza en el panteón independentista. ERC ya ha explicitado su disposición a cumplir con el reglamento y Junts la defiende a capa y espada, al menos según el portavoz del partido.

La caída de Borràs se intuye inevitable, a menos que ERC vuelva sobre sus pasos. Y una vez Borràs sea condenada por corrupción, el resurgimiento de CDC con el nombre de Junts será cosa de coser y cantar. El secretario general Turull seguirá inhabilitado por una larga temporada, lo que obligará al partido a la bicefalia con el candidato a la presidencia de la Generalitat. Es pronto para saber el nombre del candidato, pero las apuestas están encabezadas por el conseller de Economía y Hacienda, Jaume Giró. El regreso al pasado se presenta como con toda claridad, incluidos sus claroscuros; su triunfo tendrá unas consecuencias en la política catalana y en los resultados electorales difíciles de precisar ahora mismo. Un Junts dominado por el viejo espíritu convergente (con todo lo que ello supone) pondrá en peligro la tendencia de ERC a ocupar el espacio del pragmatismo e incluso el PSC podría ver amenazado su caladero de votos del català assenyat que ha hallado refugio en los socialistas ante tanto desvarío de los suyos. Pero esto es avanzar demasiado, primero habrá que certificar la caída de Borràs, aspirante a liderar el puigdemontismo sin Puigdemont.