Hace casi medio siglo que Candel publicó Els altres catalans, que remató en 1986 con Los otros catalanes veinte años después. En aquellos años casi todos celebraron el hallazgo del término porque resolvía, o eso creyeron, la tensión entre ser “catalán de origen” o “catalán de adopción”. No estaba muy conforme Candel con la resistencia de algunos castellanohablantes a la normalización lingüística cuando, el 27 de enero de 1984, publicó un artículo en El Mon que tituló Dels altres catalans als acatalans, que necesitó su posterior aclaración: “Acatalanes no quería decir anticatalanes; quería decir catalanes por derecho de nacimiento y de vecindad sin tener que mendigar una catalanidad que habían mendigado sus padres”. Candel rizó el rizo para seguir ensalzando el valor patrimonial de la “autoctonía”.
Han pasado cuatro décadas y cabe preguntarse cuál es hoy día la percepción de aquellas tensiones durante la mal llamada “integración” en la única cosmovisión que se ofrecía: la catalanista. ¿Ha influido el procesismo en el ahondamiento dicotómico inmigrantes-autóctonos y en la permanencia de ciertas diferencias entre los descendientes de ambos? ¿Cuál es la memoria histórica del choque cultural que padecieron inmigrantes y antiguos vecinos catalanes durante los años sesenta y setenta del siglo XX? Sin necesidad de recurrir a aspectos relacionados con la sentencia lingüística del 25% y sus reacciones, un par de ejemplos recientes han mostrado con claridad la continuidad de aquel discurso hegemónico basado en la superioridad y la diferenciación de la “autoctonía”.
En plena campaña electoral andaluza, el PSC tuvo a bien organizar un acto en Barcelona para apoyar la candidatura de Espadas, y para ello la tildada Alícia Romero hizo un llamamiento a los andaluces y las andaluzas residentes en Cataluña. Causa cierta extrañeza esa denominación puesto que, si son residentes en esta comunidad, sus votos no afectan nada a los resultados en el Sur, son ciudadanos y ciudadanas catalanas de pleno derecho. De origen andaluz, cierto, pero ¿tanto pesa aún su procedencia? ¿Considera el PSC que la residencia no otorga el derecho de ciudadanía? ¿Qué tiempo ha de transcurrir o qué factor cultural ha de poseer un ciudadano para que pueda ser considerado original? ¿Qué derechos, imaginarios o no, tiene un “autóctono” que no posee el resto de ciudadanos?
Un segundo ejemplo confirma que la creencia hegemónica catalanista aún persiste. La famosa cocinera Ada Parellada, conocida activista y candidata independentista en 2015, es ahora colaboradora en el programa de las mañanas de Carlos Alsina en Onda Cero para toda España. En su intervención la pasada semana habló sobre su gazpacho y, ¡sorpresa!, afirmó que esta veraniega sopa andaluza no empezó a ser consumida por los “autóctonos” [sic] catalanes hasta casi el año 2000. De sus palabras se deduce que, al menos en Granollers y alrededores, existió desde los años sesenta y hasta los noventa una separación cultural entre catalanes e inmigrantes andaluces. Cuesta entender esa resistencia que Parellada atribuye a la “autoctonía”, cuando entre andaluces ya se consumía durante esas décadas escudellas con pilota, canelones, escalivadas, esqueixadas y demás. ¿Acaso existió un cordón sanitario mental entre muchos catalanes a la aplastante realidad bilingüe y plurigastronómica? ¿El procesismo con sus argumentos supremacistas e hispanófobos es heredero y administrador de esa separación marcada por los “autóctonos” respecto a los inmigrantes y descendientes de los años sesenta y setenta?
Sean afirmativas o no las respuestas a esos interrogantes, lo más llamativo sigue siendo el silencio ante las referidas declaraciones. El silencio de los socialistas del Sur o de cualquier otra ubicación. Y la actitud de Alsina que, a pesar de su reconocida e incisiva crítica, calló ante semejante comentario sobre el comportamiento excluyente de “autóctonos” y la apabullante realidad de un millón y medio de ciudadanos de origen andaluz y su gazpacho. Quizás, esta receta patrimonial de una cultura culinaria andaluza sea también acatalana, si según el parecer de Candel y la percepción de Parellada, nadie durante décadas mendigó su catalanidad. No era necesario, con disfrutarlo ya era y es más que suficiente. Tanta identidad, una vez más, molesta y sobra.